Mario Malpartida
A esa hora de la noche la ansiedad para escribir apremia, fluyen las primeras ideas, apresura la imaginación, es como un ardor que sonroja; ¿pero qué título?, ¿cuál es el tema?, es necesario poner nombre al archivo ¿de qué se trata? Ya se verá el contenido, dicta el pensamiento, y para salir provisionalmente del caso se escribe “Aún no sé qué, ni por qué”; a estas alturas sería ingrato cambiar, de manera que se mantiene.
Perversa costumbre esa de agraviar por cuanto se dice o se hace, a veces sin razonar, simplemente por impulso visceral, o con el deliberado propósito de perjudicar. Impregnados de intolerancia: lo hecho por otros siempre está mal. Así se van cultivando espinas, no hace falta abonos ni agua, solamente el lenguaje mordaz. Interesa regar con espinas para que las pisen los otros, ¿y las rosas?, ¡bah! que se marchiten, no necesitamos paz, nuestro ambiente propicio es la guerra. Por un lado, cuanto dicen y hacen los otros «es alta traición a la patria, atenta contra la seguridad nacional, pretenden derrocar al gobierno», se tiene que castigar. «Usted es corrupto, inepto, renuncie», braman desde la otra esquina; tanto van de ida y de vuelta, desmedidos acusan, vengativos inculpan; tal parece que el pueblo asiste como a un partido de tenis, donde se pelotea la mentira o la verdad.
Es el brebaje del cual se nutre esa gente para soliviantar movimientos sociales, o para encender ánimos de empresarios, transportistas, comerciantes y banqueros anarquistas. Son años que se hace lo mismo; apelar al discurso artero y mendaz, colmado de insultos, sea desde la testera oficial, una plaza, una calle, desde cualquier lugar; lo importante es defender (pues quien calla otorga), al mismo tiempo que ofender; como van las cosas pervivirá, es la cultura que vamos creando como comer chairito, pique a lo macho, saice o majao; inventando linderos entre blancos y los demás, empresarios contrincantes de obreros, originarios contrarios de los mestizos, en fin; sin entender que una frontera termina, pero también comienza («en la humanidad nada acaba del todo, cada cosa se detiene para volver a empezar», Yoritomo Tashi), donde el «yo» se convierta en «nosotros», donde no exista el discurso que separa, sino enlazar voluntades, que domine la cohesión; donde el monólogo se convierte en diálogo con intención compartida de buscar conjuntamente una verdad común.
Pero, no señor, por el contrario, se vive altanero y soberbio de poder, la deshonra es el dominio. ¿Qué autoridad superior asiste para asegurar que cuanto se dice es la verdad?, se difama, se desprestigia, humillar es apoteosis, la insania es patente; hay días en que el mundo político es un desmadre, una fraseología atrevida, en ocasiones de vehemencia fingida, con aires de santidad: un desprecio por la lógica, un festín donde se invita al pueblo, con apoyo de alguna prensa, porque pasa a ser la «comidilla» del día, alimentando el morbo, en una suerte de patrocinio para cubrir el interés comercial que sabe lo que al público ahora le gusta, después de que un largo tiempo atrás difundían imágenes, carátulas y páginas centrales: titulares y fotografías, envilecieron los gustos y preferencias, y ahora se justifican: «nosotros solamente publicamos lo que al lector y televidente le gusta». Se jactan de tener «primicias», convirtiéndose en depositarios para denunciar verdades-maldades, al mismo tiempo que provocan deshonras-infamias; exponen honor y reputación, como dijo en una ocasión el cantante diputado Palito Ortega «es como desparramar plumas, aclarada la falsía es imposible recogerlas todas» («Mientras dura el remordimiento dura la culpa», Franz Kafka).
Modificar el pensamiento para cambiar la emoción; es probable que no lo haga el gobierno, menos los tribunos, parlamentarios y jueces tampoco. Sin embargo, alguien tendrá que hacer algo, antes de caer en la resignación y el marasmo.
El autor es periodista.