Augusto Vera Riveros
A quien piense que el adjetivo del título es excesivo para llamar a Nicolás Maduro, déjenme decirle que, según el Diccionario de la lengua española, tirano es quien obtiene contra derecho el gobierno de un Estado, rigiéndolo sin justicia y a medida de su voluntad, abusando e imponiendo su poder. Y ahora pregunto: ¿hay algo de desmesurado en cuanto a esa calificación al gobernante de Venezuela?
Como lo anticipé en una nota anterior, el régimen chavista no iba a entregar el poder a quien legítimamente lo ganase en las justas electorales del domingo 28 de julio (y a pesar de todo, no lo hará). El fraude ya lo habían montado desde mucho antes, pero para mala noticia del hombre que sin ningún mérito gobierna su país, la jugarreta con que pretendió engañar al mundo no pasó de un vergonzoso papelón. Pese a todas las pruebas en su contra, el brazo operativo de su Gobierno en materia electoral no revertirá la grosera proclamación como presidente electo apenas hubo llegado al 85 por ciento del escrutinio de votos, atendiendo —dijo— a la tendencia que favorecía al candidato oficialista.
Como sostuvo Javier Milei, la victoria de Maduro no pasa de ser un triunfo pírrico que, desde lo más austral y pasando por todos los países del cono sur, se ha condenado como estafa electoral o proceso sin transparencia; los gobiernos más cautos, en sintonía con los resultados de las encuestadoras más serias de Venezuela y con la percepción de millones de electores e incluso de miles de exsimpatizantes del chavismo, deploraron la muy posible manipulación del proceso.
El régimen de Maduro, el organismo que ejerce el poder electoral y el lacayo del tirano, Elvis Amoroso, han fraguado una estrategia para evitar que voten los casi 8 millones de venezolanos que viven fuera de su país (exiliados, refugiados y migrantes) por el solo hecho de disentir ideológicamente o por hallarse al borde de la indigencia en su mayoría. Así, solo el 1 por ciento, es decir menos de 80 mil personas, pudo votar en los diferentes países donde por la fuerza de las circunstancias han adoptado su residencia. Y no hay que ser experto en proyecciones de preferencia electoral para saber que todos ellos iban a optar por el candidato Edmundo Gonzáles Urrutia.
El Consejo Nacional Electoral, que en Venezuela es constitucionalmente un poder independiente de los otros que conforman el Estado, pero que desde hace 25 años está al servicio del gobierno, se ha encargado de imponer cláusulas de imposible cumplimiento para que no votaran quienes viven en el exterior. Maquiavélica jugada que —sumada al descarado fraude denunciado por la líder opositora María Corina Machado, el candidato de la alianza Plataforma Unitaria Democrática y cuando menos el 70 por ciento de los venezolanos en edad de votar— a Maduro le ha valido un cacahuate, así como que los testigos (en nuestro sistema equivalentes a los delegados de los partidos políticos en las mesas de sufragio) tuvieran las actas originales que acreditaban el aplastante triunfo de la alianza opositora sobre él. En fin, en todos los países donde los venezolanos residen debido a la hecatombe económica del suyo, éstos tuvieron que resignarse a no votar; en Ecuador, por ejemplo, con alrededor de 100 mil personas hábiles, no pudieron hacerlo porque el dictador, ante la inminencia de su derrota, decidió dar por finalizado el plazo para el registro de datos en los consulados de Guayaquil y Quito, antes del establecido en el inicio.
La Organización de Estados Americanos también se ha pronunciado con una manifestación categórica; dijo que se ha perpetrado la manipulación más aberrante en unas elecciones presidenciales de Venezuela. Y casi toda América rechazó el viciado proceso electoral, condenando al mediocre absolutista; no lo hicieron obviamente Cuba, Nicaragua y Honduras, que, a través de sus autócratas, celebraron el triunfo de su “pana”, que ya rompió relaciones con varios gobiernos de la región, yendo a contracorriente de la tendencia diplomática mundial que establece que todos los países necesitan algo del resto.
Ah…, lo olvidaba… Bolivia, en Sudamérica, fue el único Estado que felicitó antes de la finalización del escrutinio al vencedor (in)Maduro. ¡Qué bochorno diplomático!
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.