Augusto Vera Riveros
El 24 de julio de 1974 fue el día quizá más importante de la vida de Juanita Garafulic, quien, tocada por el Espíritu de Dios en un sótano de su propia casa, fundó la Renovación Carismática Católica (RCC–La Paz), para entonces un movimiento que en el resto del mundo ya tenía algunos años de existencia, pero cuyo rechazo por parte de la Iglesia de Roma todavía duraría unos años más. Como esta corriente de gracia rápidamente fue creciendo, el coraje de su fundadora, el amor que le tenía a la obra de su creación y la fidelidad a Jesús, obligaron a que Garafulic se diera modos de agrandar por tres o cuatro veces los espacios físicos para que éstos permitieran congregarse con más comodidad. Sin embargo, en la mente y el corazón de esta servidora no cabía el conformismo, y entendiendo que el crecimiento espiritual de sus discípulos tendría que ir tomado de la mano del acrecentamiento físico de una casa, que además de ofrecer desahogo a los fieles católicos, fuera propia, después de muchos años la perseverancia de la líder espiritual terminó con la edificación de una “Casa de Oración”, que hasta ahora es el alojamiento de toda actividad vinculada al pastoreo de almas que necesitan sanación, si quieren —según Garafulic— acceder al Reino de los Cielos.
La RCC de La Paz, en sus inicios, ha tenido que sortear los obstáculos que las propias Escrituras ya han profetizado; por una parte, ante las trabas que el propio ser humano pone, pretendiendo dar a este movimiento una traza confrontacional con la doctrina social de la Iglesia, cuando más por el contrario, es absolutamente practicante de los sacramentos y dogmas instituidos por el catolicismo. Tampoco es evidente aquella errónea idea de que los carismáticos pretenden monopolizar la acción de Espíritu Santo y apropiarse de él, lo cual no es ni posible ni evidente. Sucede que la acción santificadora de ese Espíritu, si bien empieza en todos a partir del bautismo y prosigue a lo largo de toda la vida y cuya luz aclara todo y no enceguece, es más estudiado en la RCC que en otros grupos de la Iglesia católica.
La aceptación justa por la Iglesia católica del movimiento carismático se ha expresado a través del papa Juan XXIII en una manifestación aún muy tímida a través del Concilio Vaticano II, que dijo: “Divino Espíritu renueva tus prodigios en nuestros tiempos, como un nuevo Pentecostés”; luego, por su sucesor Paulo VI; después por el papa Benedicto XVI, que fue más explícito: “En medio del corazón de un mundo convertido en desierto, y sequedad, por el racionalismo y el materialismo ha surgido una nueva experiencia del Espíritu Santo que tiene las proporciones de un movimiento a escala mundial”.
Y es que, en La Paz, en los últimos 50 años, miles de católicos se han dejado invadir por la fuerza de ese espíritu, dando fe de que el Señor que ha cambiado sus vidas, por ser el único Señor. De manera que son signos visibles de ese cambio: el valor, como los apóstoles para ser fieles a la promesa de Cristo.
Pero, para aclarar conceptos, la RCC es carismática, claro, pero no primordial ni exclusivamente carismática. El elemento carismático no es el núcleo ni el centro de su doctrina, sino la doctrina social de la Iglesia apostólica y romana. Más bien es carismática porque, como lo expresó el Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y le adorna con virtudes que distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo sus dones útiles para la renovación y edificación de la iglesia. Estos dones son los carismas.
50 años de presencia en la zona sur de esta ciudad significan que su fundadora no ha martillado en hierro frío, porque la Renovación se ha extendido al centro de la ciudad, que actualmente congrega cientos de seguidores y a El Alto, donde la comunidad carismática cada día sigue creciendo; entendiendo que pertenecer a ese movimiento no es, ni remotamente, desentenderse de la Biblia, del Magisterio de la Iglesia ni de las tradiciones apostólicas, dando fin a cualquier confusión sobre su esencia que no se reduce a grupos de oración, sino que se extiende a un pluralismo de expresiones tal como con complacencia para la fe católica lo han comprendido alrededor de 120 millones de creyentes católicos en el mundo, quienes, según su procedencia, enfatizan de manera independiente, aunque sin apartarse ni un ápice de la experiencia fundamental del cristianismo, su adscripción a la Iglesia de Roma.
¡Feliz medio siglo de vida, carismáticos de La Paz!
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.