El hallazgo y posterior rescate arqueológico en un horno del área periurbana de Tiwanaku, evidenció que pudo ser reutilizado en la época colonial, el descubrimiento de 200 ladrillos inutilizables abandonados en su interior y que, probablemente, llegaron a fundirse a causa de la elevada temperatura alcanzada, “puede demostrar la falta de maestría en su manejo”.
La explicación corresponde a Pablo Cruz, experto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, que junto con Luis Callizaya del Centro de Investigaciones Arqueológicas, Antropológicas y Administración de Tiwanaku (Ciaaat), ambos arqueólogos, dirigieron el rescate y la intervención del horno con el objetivo de recuperar, parcialmente, elementos de la antigua estructura que podían ser destruidos por la actividad agrícola (siembra de papa) en el lugar, ubicado a unos 600 metros del Complejo Arqueológico de Tiwanaku.
“El gran tamaño y la forma que tenía (más grande que los hornos de reverberación coloniales), no fue el adecuado para la producción de ladrillos”, informó Cruz, que considera que al reutilizarlos intentando producirlos, “puede ser el único evento registrado durante la colonia, después de la función original que tenía”.
Sin embargo, el experto del Conicet de Argentina y con más de 30 años de experiencia en la investigación en Bolivia en sitios arqueológicos de metalurgia, remarcó que “todavía no sabemos y no podemos afirmar que la función original del horno fue en el período tiwanakota, para decirlo necesitamos pruebas contundentes como el fechado radio carbónico, además de otros estudios”.
La pasada semana el equipo de intervención excavó parcialmente la estructura arqueológica situada entre sembradíos de papa, en un área periurbana de la actual población de Tiwanaku. El horno tenía dos cuerpos, una cámara de alimentación situada al exterior donde se ponía el fuego y otra de planta circular, con aproximadamente tres metros de diámetro y con una altura que pudo sobrepasar los cuatro metros.
Los arqueólogos encontraron una serie de elementos en el lugar que deben ser analizados en diferentes laboratorios. Entre los objetos recogidos están los fragmentos de cerámica tiwanakota, pedazos de escoria que pueden ser los residuos de alguna clase de fundición metalúrgica que resultó durante la actividad original que tuvo el horno, además rescataron ladrillos producidos en el lugar y un bloque lítico que, posiblemente, puede provenir de los talladores tiwanakotas.
El rescate arqueológico evidenció que la cámara de planta circular por la forma de sus paredes era cónica y no tenía una cubierta abovedada, sin embargo, esa parte de la estructura pudo haberse destruido.
Los ladrillos descubiertos al interior del horno, más de 200, lucen deformes y de color negro, que al parecer se fundieron rápidamente a elevadas temperaturas que se alcanzaba utilizando el dispositivo que requería de un determinado control del fuego. La arcilla a diferencia de los metales, se ablanda lentamente y se funde gradualmente, al someterla a temperaturas crecientes, transformándose en el material duro, sólido y resistente que es el ladrillo, un material de construcción utilizado hasta la actualidad.
ENCIMA DE LA HISTORIA
“Con esta pequeña intervención del horno que tiene un gran valor para la ciencia de la arqueología queremos que se conozca que en Tiwanaku vivimos encima de los restos o las ruinas de la propia historia de Bolivia”, remarcó Callizaya.
Para el arqueólogo del Ciaaat, la civilización de Tiwanaku fue un imperio con un gran desarrollo y uno de esos aspectos ha sido “el invento de todo el proceso y la cadena operativa de la extracción y producción de minerales como el cobre y la creación de bronces en toda su región que se expandió, para lo cual necesariamente utilizaron diferentes clases de hornos alcanzado elevadas temperaturas”.
Explicó que se tuvo la fortuna de contar con el apoyo de expertos internacionales y pasantes universitarios para el rescate arqueológico, y que también favoreció bastante que el propietario del terreno donde se ubica la estructura arqueológica, el ingeniero Max Calle haya tenido la actitud comprensiva para que se cumpla con esta labor de investigación científica y rescate.
“Si se continuara sembrando en el lugar, el horno puede sufrir daños irreparables, es fundamental el compromiso del propietario de coadyuvar en preservar los restos arqueológicos que están dentro de su terreno”, agregó.
La cultura Tiwanaku fue una civilización (su periodo aldeano surgió el 1500 antes de nuestra era), que desarrolló el arte la ciencia, expandiéndose hasta las costas del Pacífico, el sur del Perú, norte de Argentina y posiblemente a las tierras bajas. Durante dos milenios logró importantes avances científicos con una arquitectura que resulta de exactos estudios astronómicos y templos monumentales edificados con el manejo de diverso material lítico.
El arqueólogo originario de Tiwanaku, resaltó que cuando existen restos arqueológicos dentro de una propiedad privada no significa que esa propiedad será expropiada o que le van a quitar su terreno. “Es por ello que el dueño o propietario tiene que coadyuvar con los arqueólogos para rescatar nuestro pasado y si se trata de estructuras edificadas, tiene que encargarse de su conservación, porque la tecnología avanza y los investigadores pueden volver a estudiar los mismos lugares”.
El equipo de intervención y rescate que contó con el respaldo del Instituto Francés para el Desarrollo (IRD), estuvo conformado por Pablo Cruz, Erik Marsh y Alina Álvarez del CONICET de Argentina, Saúl Tejerina técnico de la Universidad Nacional de Jujuy, y los bolivianos Luis Callizaya, arqueólogo del Ciaaat y Daniel Vera egresado de la Carrera de Arqueología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). (Edwin Conde Villarreal – Ciencia Bolivia).