Por lo general, estas estrategias se enfocan en el tipo de actividad que desarrollan los individuos –priorizando personal de salud, trabajadores en hogares de ancianos, así como otras actividades esenciales–, en gente de edad avanzada, y en gente con condiciones preexistentes que incrementan su riesgo de muerte en caso de infección.
Ante ese escenario, el economista del BID se pregunta si habría otra manera de priorizar la inmunización, y acude a la revista Science, que señala que las pruebas serológicas pueden ser una opción.
Las pruebas serológicas revelan si una persona ya tuvo el Covid-19, pese a que no haya presentado problemas de salud o síntomas, al detectar si generó anticuerpos protectores contra esta enfermedad.
“Y como están en el suero, por eso se llaman pruebas serológicas, por detectarse estas respuestas en el suero”, dice el doctor Díaz Olachea de México.
Procedimiento
Stein sostiene que la razón es clara para la aplicación de las pruebas, al indicar que de la misma manera que la vacuna confiere inmunidad, haber estado expuesto al virus también la genera. “Si bien existe cierta incertidumbre acerca de cuánto dura exactamente dicha inmunidad, la expectativa es que quienes se vacunan, y quienes ya han estado expuestos, no solo tienen mucha menor probabilidad de contraer la enfermedad, sino también de transmitirla”, agrega.
Dada la escasez de vacunas, no tiene sentido asignarlas a individuos que ya tienen inmunidad. Hacerlo implicaría un desperdicio de recursos, ya que dicha vacunación no tendría impacto ni en el objetivo de proteger al individuo en cuestión, ni en el objetivo de acelerar la transición a la inmunidad colectiva.
De allí se deriva la siguiente propuesta: hacer pruebas serológicas a los individuos de los grupos priorizados a quienes les haya llegado el turno de vacunarse. De esta forma, si no tienen anticuerpos, se procedería con la vacunación. Y si los tienen, se los dejaría para más adelante, de modo que esas vacunas puedan asignarse a otros individuos de su misma prioridad.
Ahora bien, ¿cuán importante es este tema? ¿Cuánto puede contribuir el incluir este test como requisito al objetivo de acelerar la inmunidad colectiva? La respuesta es: depende. Vale la pena ilustrar esto con un ejemplo numérico, sostiene en su artículo.
Pensemos en un país en el que el 10 % de la población ha estado expuesta al virus y, por lo tanto, ya tiene inmunidad. Si la exposición previa no dependiera de la edad o la ocupación, de manera que todos tienen la misma probabilidad de haber estado infectados, el uso del test serológico previo a la vacuna ahorraría un 10 % de vacunas.
Si no hubiera restricciones de oferta de vacunas, esto simplemente implicaría un menor gasto en vacunas y en los correspondientes recursos necesarios (recursos humanos, logísticos, etc.) para administrarlas. No parece tan importante, señala.
Con restricciones de oferta en las vacunas, sin embargo, el costo de no hacerlo es muchísimo mayor. Implica más tiempo (un 10% más, si la provisión de vacunas fuera lineal) antes de alcanzar el umbral de la inmunidad colectiva. Implica más infecciones, más hospitalizaciones y más muertes. Y también puede implicar extender confinamientos, días sin clases presenciales, cierre de negocios, e importantes daños a las economías, advierte.
“Pensemos ahora en un país donde la prevalencia de la enfermedad es 30 %. En ausencia del test serológico, tres de cada 10 vacunados ya estarían inmunizados. Es decir, ¡los beneficios de testear antes de vacunar se multiplican por tres! Es por eso que el estudio de Science concluye que “vacunar de manera preferencial a los individuos seronegativos genera grandes reducciones en la incidencia y mortalidad de la enfermedad en lugares con seroprevalencia elevada, y reducciones modestas en lugares con seroprevalencia baja”, apunta.
¿Hay algún motivo
para no hacerlo?
Una posible objeción es que, si bien es buena idea relegar a aquellos que han estado infectados, el test es innecesario. Basta relegar a aquellos individuos con casos confirmados. Esto brindaría muchos de los mismos beneficios, sin ninguno de los costos asociados a desplegar el test.
Sin embargo, hay un problema con este argumento: los casos confirmados son solo una fracción de las infecciones reales.
Eso es aún peor en países de América Latina y el Caribe, donde el despliegue de pruebas de diagnóstico ha sido muy inferior. Por ejemplo, en Brasil, ha habido unos 135.000 pruebas por millón de habitantes, con tasas de positividad mayores al 30 %.