El sueño de construir su casa estaba más cerca que nunca, había decidido junto a su esposo comenzar aquel año 2017, ese que le parecía tan prometedor y que había recibido con tanta alegría. Para entonces, tenía cuatro hijos, entre ellos un menor de ocho años y qué mejor que tener un hogar propio para disfrutar de ellos.
Aunque no le gustaba correr decidió hacer deporte para cuidar su salud y la de su esposo. Así, con ese objetivo en claro acompañaba a su pareja -en bicicleta- durante todos los recorridos que este hacía por la avenida Víctor Paz hasta llegar al puente San Martín.
“A Barby no le gustaba correr, pero me acompañaba con la bicicleta, íbamos por toda la avenida Víctor Paz, llegábamos hasta el puente San Martín”, recuerda Alex Chino, quien no tiene paz desde ese fatídico 2017.
Barby Urzagaste tenía 41 años cuando el destino tocó su puerta aquel 12 de agosto. Echada en su cama con el celular en mano vio cómo su esposo ingresaba rapidito, rapidito a casa y se ponía un overol y unas botas.
¿Qué ha pasado?, ¿dónde vas?, las preguntas se agolparon sin tropiezo. “Es un momento que no puedo olvidar, casi todos los días pienso en ella”, se quiebra Alex, mientras toma un respiro.
TARIJA SE ENLISTA EN UNA “GUERRA” DESIGUAL
Era un 12 agosto inolvidable, la plaza central de Tarija, aquella testigo de lo más importante que le pasa al Pago, estaba abarrotada de personas enfiladas; armadas de baldes, agua, botellas, frazadas y todo aquello que sirviera para apagar el fuego. El corazón chapaco latía a mil y su civismo se derramaba en cada acción.
Sama, la gran serranía que alberga celosamente en su seno las reservas más importantes de agua, ardía y ardía sin freno. Las populares radios del pueblo, Fides, Luis de Fuentes y otras, hacían un gran llamado a todo aquel que quisiera ayudar a apagar el voraz incendio.
Alex Chino, el esposo de Barby, regresaba a su casa tras dejar en la plaza Luis de Fuentes a su hijo de 20 años, quien junto a un grupo de amigos se ofreció de voluntario para ayudar a extinguir el fuego.
“Llegué a la plaza y me emocioné, vi a mucha gente, parecía que Tarija estaba yendo a la guerra, entonces dije: quiero ir y volví a mi casa para alistarme”, cuenta Alex.
“¡Voy a ir al incendio!”, le respondió ese día a Barby, y ella, quien iba a todo lugar con su esposo, no dudó en decir “¡yo también quiero ir!”, y aunque Alex le dijo que no, ella lo convenció.
“Siempre estaba conmigo, íbamos a todos lados juntos, entonces me dijo que quería ir, le dije que no… pero ella insistió”, dice con un nudo asfixiante en la garganta.
Barby se levantó de la cama, se alistó y en pocos minutos ambos partieron a la comunidad de Lazareto y se sumaron a la cadena humana, que botella tras botella subía agua hasta lo más alto. Fácilmente pasaron dos horas.
Transcurrían las diez de la mañana cuando Barby dijo que era hora de irse, pues tenía que cocinar. Así, con el deber en mente, insistió a su esposo en regresar.
EL TRUNCADO RETORNO Y LA DESPEDIDA
La pareja comenzó a descender la montaña junto a otros voluntarios, que también se retiraban, “ligerito, ligerito” hasta que en el camino vieron a un helicóptero que sobrevolaba muy cerca de las brasas. En segundos el infierno se desataba nuevamente y por más señas que le hicieron al piloto las hélices ya habían reavivado el fuego.
El helicóptero levantó una nube de humo en el cielo, que les nubló la visión. “Agarré a Barby y le dije corramos, todos lo hicimos”, relata Alex mientras recuerda que en ese instante sintieron que no había oxígeno.
Su esposa se desvaneció y quedó atrapada entre las ardientes llamas que parecían unirse con el mismísimo cielo, el fuego les perseguía. Alex comenzó a correr y finalmente logró huir con el corazón hecho pedazos.
Barby quedó ahí, atrapada en ese infierno, ardiendo. Cuando la rescataron ella tenía quemaduras en el 70 por ciento del cuerpo.
Tendida en una cama del hospital del Quemado, Barby Urzagaste encomendó a Dios a sus hijos y a su madre de 77 años, suplicó a su esposo por dar mayor cuidado al menor de todos ellos, ese niño de ocho años que tanto la necesitaba.
El infierno de 2017 se cobraba la tercera vida. Barby se sumó a las otras víctimas fatales como Nedeyra Condorset, la joven cadete de la Escuela Básica Policial que cayó a un barranco cuando sofocaba el incendio y Luis Mendoza, el comunario de Guerrahuayco, que también murió luchando contra el fuego.
LA AYUDA FALLIDA Y LA JUSTICIA DIVINA
Dicen que cuando uno muere todos prometen ayuda a los dolientes y así fue. A la familia de Barby se le prometió de todo, pero bastaron unos días para que las autoridades vuelvan a sus tareas de siempre y se sumerjan en la burocracia diaria. La Gobernación se hizo cargo del ataúd, pero nada más.
El espacio gratuito en el Cementerio General que la Alcaldía prometió jamás se hizo realidad, la familia paga hasta hoy por ese lugar.
El helicóptero que avivó las llamas era de las Fuerzas Armadas y aunque el caso fue calificado de manera preliminar como “homicidio culposo” no hubo avances.
El hecho fue investigado por el Ministerio Público en la gestión del fiscal departamental, Gilbert Muñoz Ortiz, luego fue derivado al entonces fiscal Carlos Andrés Oblitas. “Es difícil luchar contra el Gobierno”, dice Alex resignado y apunta que la crisis de 2019 y la pandemia truncaron la investigación.
Hoy sus hijos le han aconsejado que pare; que deje de sufrir y que “sea Dios quien se encargue de hacer justicia”. Pero esto es solo una parte del infierno vivido en 2017.
LA FLOR DE SAMA Y EL AMOR DE UN PUEBLO
“El corazón de la flor te traeré de la flor enamorada, de la montaña, de la montaña que se llama la cuesta de Sama”, así comienza la afamada canción del fallecido cantautor chapaco Nilo Soruco Arancibia, y refleja el amor desmedido que tiene cada tarijeño por Sama.
En las faldas del cerro a veinte días del siniestro, en medio del dolor de un pueblo y entre los cúmulos de hollín, florecía tímidamente una flor rosa. Para la comunaria de Erquiz Norte, Edelmira Humacata, significaba esperanza.
Hoy mirando hacia los cerros y maldiciendo su mala suerte recuerda la tan anunciada ayuda de las autoridades nacionales y locales. ”Pasaron los días, semanas, meses y años, y lo único que recibimos fue algo de forraje y alimento balanceado para los animales que sobrevivieron”, cuenta con el ceño fruncido.
Observando sus cultivos dice que por más de un año soportaron que toda clase de animales bajen por las noches a sus sembradíos en busca de alimento. Así el cóndor, el puma, la vicuña, el gato andino, la taruca, la vizcacha, el zorro gris y el guanaco se hicieron más cercanos.
Y mientras esto sucedía también les faltaba el agua para vivir, y no era para menos. Sama alberga 20 lagunas, dos permanentes y 18 estacionales, también está la cuenca de Tajzara, que forma parte de la Reserva y que fue declarada sitio Ramsar hace 18 años.
El incendio afectó las fuentes naturales y las cenizas contaminaron las redes de abastecimiento. Con ello los cuadros diarreicos y la conjuntivitis dispararon las atenciones en las postas de salud, sobre todo por casos de menores de diez años.
LA “MISIÓN MADRE TIERRA” Y LOS “INNOMBRABLES”
A más de cuatro años, pareciera ayer cuando el entonces presidente Evo Morales iniciaba la “Misión madre tierra” y con ello la reforestación de Sama.
“¡Quieren sacar beneficio de nuestra desgracia!” protestaba el campesino Eulalio Téllez, quien recuerda cómo “los innombrables”, así como les dice a las autoridades de turno, visitaban y sobrevolaban el incendio haciendo promesas.
“La ayuda estaba viciada desde el principio”, sentencia mientras el ejecutivo campesino Asunción Ramos recuerda que anunciaron a sus bases la ayuda venidera, “hoy me da vergüenza porque esto jamás llegó”, dice tapándose la boca.
“No se ha atendido como se debería este desastre, ahora creemos que ha sido un show de las autoridades políticas, del ejecutivo y el legislativo, lo que decían no coincide con la realidad”, reniega y añade que tuvieron que “colar el agua con trapos para poder beberla y frenar las enfermedades”.
EL GOLPE A LA RESERVA DE SAMA
La Reserva Biológica Cordillera de Sama fue creada mediante Decreto Supremo N° 22721 el 30 de enero de 1991, abastece de agua a toda la población. Desde su creación dos incendios se grabaron en la mente del tarijeño, el de 2002 y el de 2017.
El primero consumió 18.000 hectáreas. Tras este Tarija fue declarada zona de desastre por el entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Perú envió un helicóptero Kazan experto en lanzar agua desde el aire; Argentina movilizó unidades de bomberos y Estados Unidos otorgó apoyo logístico para el traslado de efectivos militares en un avión Hércules C-130.
En el incendio de 2017, que inició el 9 de agosto y fue sofocado el 14 de ese mes, poco más de 12.675 hectáreas se quemaron, entre árboles de gran porte como pinos de cerro, árboles de guayaba y paja brava. Fue imputada Carmen Rosa Zenteno, una mujer de 50 años, quien había quemado basura en su propiedad.
De acuerdo al director del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), Marcelo Ruiz, hasta la fecha solo se han podido reforestar 12 hectáreas (1 %), aunque aclara que esta superficie no estaba poblada solo de árboles de gran porte sino de paja brava que se recupera naturalmente con el paso del tiempo.
“Son pequeñas las superficies que se han reforestado, esto por los escasos recursos con los que se cuenta”, dice Ruiz y cuando se le pregunta sobre la importancia de la Reserva no tarda en destacar que comprende parte de seis municipios “El Puente, Yunchará, Cercado, Uriondo, San Lorenzo y Padcaya”.
En la actualidad son once las personas que trabajan en la Reserva, de ellas siete son guardaparques. Según ambientalistas e instituciones, hay dos temas fundamentales que deben trabajar las autoridades en Sama, al margen de los incendios, pues la Reserva está amenazada por la presión que ejercen la ganadería y los constantes avasallamientos.
LA SAMA QUE DUELE
A cuatro años del infierno vivido en 2017, la imponente cordillera de Sama aún no se ha recuperado, el dolor de las pérdidas humanas no se ha extinguido, el golpe a la economía de las comunidades duele, las promesas políticas llevadas por el viento duelen, el chaqueo indiscriminado duele.
Y aunque Tarija también fue declarada zona de desastre por el último siniestro, esto no ha ayudado en nada. Las secuelas quedan en la salud humana, en la perdida de flora y fauna, y se avivan como las llamas del fuego cuando nuevamente la mano del hombre atenta contra la naturaleza.
Desde enero hasta agosto de este año, un total de 1.407.914 hectáreas se perdieron en todo el país a causa de los incendios forestales, los infiernos en Bolivia se viven a diario y se guardan como una herida irremediable en el corazón de sus sobrevivientes. Y entonces nos preguntamos ¿Hasta cuándo? (Danitza Pamela Montaño T. Reportaje que obtuvo el segundo lugar en el Premio al Reportaje sobre Biodiversidad 20-21 organizado por Conservación Internacional, originalmente publicado en Tarija Conecta).