La defensa de Calama, según publicación de la revista Ahora, dentro del territorio atacameño, se organizó al mando de Ladislao Cabrera, apoyado por el prefecto de Antofagasta Severino Zapata y un contingente de 135 hombres, de los cuales nueve eran civiles y 126 militares, que contaban con muy poco armamento: 35 rifles Winchester, ocho Rémington, 30 fusiles de chimenea, 12 escopetas de caza, 14 revólveres, cinco fusiles de chispa y 32 lanzas. Entre sus filas Cabrera también contaba con el atacameño Eduardo Abaroa, jefe de un grupo de 12 rifleros.
Los defensores se parapetaron en varios puntos de las afueras de la población, lugares por donde las tropas enemigas no podían pasar porque los bolivianos resistieron valientemente los ataques de la caballería chilena, cuya agresión se concentró en el puente del Topater, sobre el río Loa.
Después de resistir un par de andanadas, el grupo en el que estaba Eduardo Abaroa intentó un contraataque, pero no tuvieron éxito ante la superioridad numérica de los chilenos que arrasaron con los defensores; muchos murieron y otros huyeron ante la inminente derrota, pero Abaroa, aún herido en la garganta, con varias laceraciones y casi moribundo, se negó a la retirada y se enfrentó a más de 100 soldados; la sangre manaba a borbotones de su garganta, pero el héroe siguió disparando hasta quedarse sin municiones. Entonces, los oficiales chilenos le intimaron a rendirse, pero el hombre símbolo respondió con la frase que lo llevó a la inmortalidad: “¿Rendirme yo? ¡Qué se rinda su abuela carajo!, luego dos disparos le segaron la vida, él era la última resistencia de Calama, después de esto las tropas invasoras tomaron el lugar y desde ese momento la heroica defensa quedó en los anales de la historia boliviana.