Dijo que en la vida conyugal los esposos se santifican, viviendo la vida de comunión con ternura y formando la familia, la pequeña Iglesia, núcleo de la comunidad eclesial y base fundamental de la sociedad.
Manifestó que hoy Jesús nos habla del divorcio, un problema siempre muy actual y crucial que afecta directamente a la vida de las personas y la familia y que causa muchos sufrimientos a la pareja y sobre todo a los hijos.
“Este mal rompe no solo el matrimonio y la íntima comunión de vida y de amor de la familia, sino que debilita también a los vínculos sociales”, indicó durante su homilía dominical.
Precisó que en el matrimonio ambos esposos gozan de igualdad en la grandeza, dignidad y derechos, y están llamados a complementarse, enriquecerse y realizarse mutuamente.
Gualberti sostuvo que la indisolubilidad o fidelidad para toda la vida entre esposo y esposa, es parte intrínseca del matrimonio, es un “don” de Dios para el bien ambos y no un “yugo” insoportable.
Aclaró que el divorcio no es contemplado en el plan originario de Dios sobre el matrimonio y nada ni nadie, ni siquiera la Iglesia, pueden modificarlo.
La visión del matrimonio cristiano es exigente y siempre ha encontrado dificultades en ponerse en práctica, por la infidelidad, el machismo y la incompatibilidad de caracteres entre otras causas, comentó.