“El padre ama a sus hijos por el solo hecho que son sus hijos, más allá de sus conductas”, indicó en su homilía donde relató la historia de un joven quien, luego de exigir y recibir la herencia del padre, abandonó el seno familiar para despilfarrar su dinero en farras y mujeres de vida fácil y luego retornar arrepentido al hogar paternal.
Indicó que este joven acabó tocando fondo hasta llegar a disputar la comida de los chanchos, habiendo perdido no solo sus bienes y su familia, sino su libertad, su identidad y dignidad de persona. Relata que cuando todo pareció estar perdido el joven pensó ¿cuántos de los jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí estoy muriéndome de hambre?
Gualberti reflexionó señalando que el primer paso de la conversión es entrar en nosotros mismos, tener la valentía de sincerarnos con nuestra conciencia y reconocer nuestras miserias y pecados. El segundo paso, es reconocer nuestra necesidad de la misericordia y el amor de Dios Padre, seguida de la decisión de dejar cobijos malolientes en ruinas y volver a la casa paterna.
Afirma que el padre del joven decidió acoger nuevamente al hijo harapiento sin expresar ningún reproche porque a él solo le bastaba recuperar a su hijo vivo. Cuando retornó a casa, el padre mandó a los servidores a preparar una fiesta y que traigan vestido, le ponga el anillo al dedo y sandalias a los pies devolviéndole sus derechos de hijo, reseñó Erbol.
Manifestó que esta parábola muestra que el Señor siempre está dispuesto a perdonar y por eso nuestro corazón se llena de esperanza y nos mueve a acercarnos para reconciliarnos con él. «En nombre de Cristo, déjense reconciliar con Dios», dijo en su mensaje al exhortar a los fieles a instaurar nuevas relaciones basadas en el amor, la reconciliación, el perdón, la armonía y la paz.