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La Bajada del Tata Q’aqcha

El Diario
Publicado Martes, 04 de Marzo de 2025.
La Bajada del Tata Q’aqcha
Lupe Cajías

Lupe Cajías

Mientras diviso la colorida procesión que baja desde el Cerro Rico al son de la banda y al tronar de la dinamita, no puedo contener los sollozos. Parece absurdo. Es el inicio del Carnaval potosino y las coloniales callejuelas lucen alegres guirnaldas, banderolas y serpentinas. Es algo superior a mi inteligencia emocional, tanto que mis hijos sospechan que, entre nuestros antepasados, el mundo minero tejió nuestros destinos.
Amo el mundo de la minería boliviana, a los sindicatos, al Comité de Amas de Casa, a las radios mineras, al teatro de Nuevos Horizontes, a los campamentos. Admiro a los exploradores, a los dueños que se quedan en esas galerías. Casi todos mis libros se incuban en esas entrañas. Como comentaba don Flavio Machicado: la mina es una hembra que atrapa a quien la desafía.
Durante cuarenta años recorrí los diferentes distritos. Igualmente disfruté de los carnavales de tierras altas, bajas y vallunas. Me faltaba vivir el más barroco, que hunde su identidad en los señoríos precolombinos, la mita y la devoción colonial a las advocaciones marianas de la Inmaculada Concepción y de la Candelaria.
Aunque existen relatos desde el Siglo XVIII y varios estudios modernos, esta original expresión cultural potosina es todavía poco difundida. Pascale Absi en “Los ministros del diablo” desmenuza la compleja relación de los trabajadores con el Tío, la entronización del Cristo en los parajes, el consumo del alcohol como expresiones que va más allá del sincretismo religioso, la relación con la muerte (el infierno) y la protesta social.
La Bajada del Tata Q’aqcha comienza el viernes con rituales en los socavones. El sábado anterior al Jueves de Compadres, los obreros salen de la mina danzando junto a sus familiares. Las cofradías portan cruces con el Cristo ensangrentado cubierto de serpentina, mixtura, globos coloridos. (Muy parecido al Cristo viviente que encabezaba la Marcha por la Vida). En algunas, el Señor el casco de minero reemplaza a la corona de espinas. Son réplicas del Tata (padre) de los obreros (q’aqchas) de una antigua cruz tallada en madera de maguey.
¿Qué mejor recuerdo que el calvario de Jesús para contar el sufrimiento cotidiano de quienes trabajan en el interior de la tierra, sin ver la luz, con escaso oxígeno, en turnos que confunden el día y la noche?
Las mujeres trasladan primorosos retablos con la imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción. Según explica la estudiosa del mundo minero Sheila Beltrán, los originarios qaraqaras respetaban al cerro Sumaj Orko como una deidad inviolable, sagrada. La explotación desde la fundación de Potosí fue sinónimo de horadar a la Pacha y la veneración a la Inmaculada es una trasposición. También llevan cubiertos de flores pequeños íconos de la Virgen de la Candelaria, la virgen con las velas. Ese cirio simboliza la luz necesaria para ingresar al mundo de abajo.
La identificación del Cerro Rico con la Virgen está inmortalizada en el famoso cuadro anónimo que conserva el Museo de la Casa de la Moneda, en el cual reyes, papas y el mismísimo Espíritu Santo rinden homenaje a la montaña coronándola como Regina.
Es una de las escasas ocasiones en las que dejan de sonar los combos que buscan riqueza desde hace 500 años. La bajada festiva está inmortalizada en cuadros barrocos. El recorrido se limitaba a las parroquias de indios. El sábado pasa por las vías que ven subir diariamente a los proletarios hasta la Plaza del Minero. Sin embargo, actualmente, el domingo alcanza el centro de la ciudad. Ese día, las cruces y las vírgenes son bendecidas en las iglesias indígenas de San Martín, Concepción y San Pedro.
Hay diversas versiones sobre la palabra “q’aqcha” (con “k” o con “q”), que podría significar “temerario” porque eran los trabajadores que entraban a la mina los fines de semana y trabajaban sin ninguna seguridad. Se dice que es una onomatopeya por el ruido de las herramientas rompiendo la roca.
La romería del Tata Q’aqcha refleja los ciclos en la historia de la explotación minera: los 14 ayllus que servían en la mita colonial; la crisis a inicios del siglo XIX; la etapa de los patriarcas de la plata; la presencia de los barones del estaño; la nacionalización con Comibol; la relocalización; las cooperativas. El Jueves de Compadres comenzó con las relaciones obrero-patronales que en Carnaval se convertían en fraternas.
Existen cerca de 60 cooperativas con más de 25 mil socios. Los precios de los minerales atraen a jóvenes de Sucre, Tarija, a estudiantes y a campesinos. Hay rostros casi infantiles; chicos altos y espigados muy diferentes a la imagen tradicional del minero andino. Visten uniformes elegantes, calzan botines de fiesta, lucen sus cascos envueltos en toques festivos. A un lado del cinto llevan la botella de alcohol, la bolsa con la coca y algún cachorro de dinamita. En las manos, tienen latas de cerveza Potosina.
Cada cooperativa cuenta con varias secciones. El derroche se nota en las vestimentas, el contrato de las bandas, la fiesta en los locales. Después de la bajada del Cristo y de su madre todavía quedan otros momentos de rituales. Este año arribaron invitados de Tarabuco y de las comunidades agrarias.
El rol de las mujeres es otro espejo de los ciclos históricos: las tradicionales palliris; las esposas de los obreros; las cuidadoras de la montaña que viven en sus laderas con sus familias; y, desde hace algunos años, las obreras y las socias de las cooperativas. Igual que los hombres, muchas son jóvenes. Las mayores mantienen faldas largas; las muchachas lucen desnudos de piernas y escotes.
Es notable cómo estos bolivianos tan apegados a las más antiguas creencias son a la vez los que desde el ayllu se relacionaron hace cinco siglos con la primera globalización y en el Siglo XXI contactan las bolsas de valores de Nueva York o Londres, las demandas chinas, los mercados mundiales.
Los bailarines comentan orgullosos que su trabajo produce las principales divisas del país. Concluyen auges como los de la goma, el gas, la soya, pero la minería continúa como la columna vertebral de la economía boliviana. Además, desde Potosí, el Sumja Orko articula la nación, aunque todavía muchos no entienden esa Bolivia.



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