Un estudio de la Unesco revela la necesidad de mayor rigor y conciencia ética entre influencers y generadores de contenido en línea.
Los creadores de contenido digital emergieron últimamente como “actores clave” en la difusión de información y en la formación de opiniones públicas. Sin embargo, un reciente informe de la Unesco ha puesto de manifiesto preocupantes lagunas en la verificación de información y en el conocimiento de marcos legales y éticos por parte de estos nuevos comunicadores.
Más de un tercio de los creadores encuestados (36,9%) admitió que no verifica el contenido antes de su difusión. Aunque algunos reconocen la importancia de la precisión y la credibilidad, la práctica generalizada de compartir información sin una verificación exhaustiva plantea serios desafíos en la lucha contra la desinformación.
Mia Dávila Romero, una nano-influencer de moda y estilo de vida en Perú, enfatizó la importancia de contrastar fuentes: “la verificación cruzada entre medios, personas, marcas o fuentes de confianza es clave”. Por su parte, Ushe Chamboko, micro-influencer de actualidad en Sudáfrica, explica cómo aborda la desinformación en su plataforma: “si publicamos algo erróneo, hacemos un seguimiento y notificamos a nuestros seguidores, señalando la historia. Les decimos que esta historia es falsa. No la eliminamos porque queremos que sea un ejemplo… Actualizamos a nuestros seguidores”.
A pesar de que una mayoría de los creadores digitales (68,7%) cree que promueve el pensamiento crítico y la alfabetización digital entre sus audiencias, existe una desconexión evidente cuando una gran proporción no realiza una verificación minuciosa de los hechos ni evalúa adecuadamente las fuentes.
FUENTES Y CONFIANZA
El estudio también revela que el 58,1% de los creadores basa su contenido en experiencias personales, mientras que el 38,7% recurre a su propia investigación y entrevistas con expertos. Sin embargo, solo el 36,9% utiliza medios de comunicación tradicionales y un porcentaje aún menor consulta fuentes oficiales, como documentos gubernamentales o sitios web institucionales.
Zhang Zhaoyuan, un mega-influencer en China, defiende el uso de experiencias personales como base de su contenido: “todo lo que publico se basa totalmente en materiales extraídos de mis propias experiencias de vida”.
Esta dependencia de fuentes no oficiales puede ser problemática, especialmente en tiempos de crisis, ya que puede conducir a la difusión de información errónea, generando confusión y pánico entre el público.
Otro hallazgo preocupante es que solo el 41,2% de los creadores conoce el Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, que establece el derecho a la libertad de opinión y expresión. Más de un tercio ha oído hablar de él pero desconoce sus contenidos, y alrededor de una quinta parte nunca ha oído hablar de este derecho fundamental.
Además, aunque la mayoría de los creadores (82%) está familiarizada con algunas leyes relacionadas con la libertad de expresión, la difamación y los derechos de autor en sus países, un 11,4% cree que estas leyes no se aplican al contenido que producen y comparten.
Huma Abbasi, micro-influencer en Pakistán, expresa su confusión sobre las regulaciones locales: “tenemos muchas ordenanzas aquí… con el contenido en medios nacionales, medios tradicionales o redes sociales. Pero no las siento muy útiles… ni siquiera son muy claras sobre sus secciones y artículos”.
Los creadores también enfrentan dilemas éticos, desde navegar por infracciones de derechos de autor hasta equilibrar contenido sensacionalista con información basada en hechos. Aproximadamente un tercio (35,2%) enfrentó dilemas éticos al crear contenido.
MA Chenze, un macro-influencer automotriz en China, lamenta la incertidumbre que rodea a las publicaciones en línea: “a veces, pienso que publicar en Internet es solo una apuesta. Nunca sabes cuándo algo podría salir mal de repente”.
El discurso de odio es otro desafío significativo. Un tercio (32,3%) de los creadores fue objetivo de discursos de odio, y muchos sienten que las plataformas no ofrecen suficiente apoyo o herramientas eficaces para abordar el problema.
Solo el 56,4% de los creadores está al tanto de recursos o programas de formación en alfabetización mediática e informacional diseñados para ellos, y menos aún participaron en dichos programas. Además, más del 85% no pertenece a ninguna asociación profesional de creadores, lo que indica una falta de apoyo estructural y acceso a códigos éticos establecidos.
Sin embargo, hay un interés claro en mejorar. La mayoría de los creadores (73,7%) está interesada en un curso de formación en línea gratuito sobre prácticas éticas y estándares de libertad de expresión ofrecido por organismos como la Unesco. (Adepa)