Desde la Fundación Voces Libres, recuerdan que un feminicidio no solo acaba con la vida de una mujer, sino que destruye a generaciones de niños, niñas y adolescentes que se quedan solos, tristes, enojados y sin sueños.
El 24 de febrero, Catalina, de 36 años, fue obligada a beber una sustancia tóxica por su esposo Cristóbal y luego él ingirió el mismo líquido, en una vivienda de la zona El Mirador de Vinto. Todo, delante de sus cuatro hijos, niños y adolescentes.
El 3 de abril, Matilde, de 30 años, murió tras una lucha de 37 días. Su esposo Vitalio, le arrojó ácido al rostro y el corrosivo le causó lesiones externas e internas gravísimas que le impedían hablar, comer, controlar esfínteres. Una niña de 12 años y una adolescente de 14 se quedaron solas.
La primera víctima de feminicidio del año, la estudiante de Gastronomía Adriana Valentina U. L., de 21 años, no tenía hijos.
La tercera víctima, Nieves R. C., de 66 años, golpeada y estrangulada por el agricultor Víctor Y. G. M, en Uray Phiña, Misicuni, tenía hijos, pero ya todos son adultos y tienen familias conformadas.
Los huérfanos por feminicidio suman en Bolivia. Con sus madres muertas y sus padres en la cárcel, no hay quién vele por ellos y garantice su sanidad emocional, su sustento alimenticio, sus estudios, su salud y su seguridad.