Javier -nombre ficticio- pasó 60 días en la Muralla, una de las secciones de castigo del penal de San Pedro de La Paz. Siete días de ese tiempo fue encerrado en la celda número 13, un lugar donde el privado de libertad experimenta el “encierro dentro del encierro”, en condiciones de castigo solo concebidas en la época medieval, cuando al recluso prácticamente se lo “enterraba en vida” en calabozos y en condiciones muy adversas que ponían a prueba su habilidad física y mental para sobrevivir.

Pese a que al menos media docena de leyes nacionales e internacionales condenan este tipo de tratos a los privados de libertad, y prohíben la tortura, el Estado Boliviano mediante el Régimen Penitenciario y el personal policial lo siguen aplicando.

Los que llegan a parar a este lugar son reclusos con problemas de violencia, faltas disciplinarias, alcoholismo, drogadicción, quienes protestan por los abusos que cometen los delegados y disciplinas (internos encargados de la seguridad), y a quienes, al interior de la cárcel, les “siembran” delitos con fines extorsivos o por represalias.

Javier fue llevado a Muralla acusado de traficar droga dentro del penal. Un capitán de Policía le pidió, mediante otro recluso, 200 bolivianos para quitarle el castigo. Javier rechazó la oferta y respondió que su encierro es un error. El rechazo disgustó al oficial que en persona increpó y golpeó a Javier. Lo acusó de “mala conducta”. Ordenó su encierro en la celda 13, un ambiente de 2 x 2,5 metros, destinada a los presos “más peligrosos”.

Muralla está ubicada en la parte lateral de la cárcel de San Pedro, sobre la calle general González. Es una pequeña sección gélida y lúgubre donde abunda el consumo de drogas, las cucarachas y las pulgas. Tiene 13 celdas distribuidas a lo largo de un callejón de al menos 60 metros con un ancho de metro y medio.

En sus entrañas esconde historias que evidencian la miseria humana de los que fomentan estos lugares donde se ha normalizado la tortura y los tratos inhumanos como forma de castigo para corregir la conducta.

GOBIERNO

En marzo de este año, Iván Lima, ministro de Justicia, expresó su indignación por lo que ocurre en las cárceles del país. Dijo a ANF que lo que está pasando “es muy grave” y “hay casos terribles”.

“Ahí tenemos que tener un trabajo de Estado para que no exista tortura en el país”, dijo Lima.

Citó como ejemplo la Grulla, otra sección de castigo del penal de San Pedro, y destacó el informe 2021 del Servicio de Prevención de la Tortura (Sepret), hoy Mecanismo de Control de la Tortura, que documenta casos dramáticos de encierro.

De acuerdo a la Convención contra la Tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes, se entiende por el término tortura “todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, con el fin de obtener de ella información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que ha cometido…”. La tortura se clasifica en física, psicológica, biológica y sexual.

UN LUGAR PARA TRES

OCUPADO POR OCHO

Javier pasó los siete días en la celda 13 bajo llave junto a ocho internos, aunque la celda es solo para tres. Recuerda que tuvo que dormir sentado en una esquina todo ese tiempo por la falta de espacio. “Los últimos en llegar dormían uno sobre otro en el baño de la celda (que es un hueco ubicado en el mismo ambiente)”, recuerda.

La pared de la celda 13 es de estuco y está muy deteriorada. Tiene escrituras y manchas de sangre. Hace dos años un interno se ahorcó y en el lugar marcaron una cruz con sangre. El frío del piso de cemento se agrava con la humedad que filtra del baño, los colchones de paja se mantienen mojados por la humedad. El techo color gris acentúa más el aspecto lúgubre del lugar.

“Por las noches se escucha cómo corre el agua por los tubos, es feo, crecen hongos y salen babosas y cucarachas del lugar, nadie puede salir de esa celda hasta cumplir el castigo”, dijo Javier.

En esa celda los internos siempre están resfriados y con dolor de huesos, pero el médico del penal nunca los visita, a menos de que sus vidas estén en grave riesgo. El policía de turno pasa lista todas las noches celda por celda, y pregunta: “¿alguien se está muriendo?”; es el requisito para ser atendido por un médico. “Así un interno tenga una enfermedad contagiosa, no lo sacan”. Javier estuvo con fiebre y escalofríos, pero ningún médico lo atendió. Tuvo que superar sus males con la ayuda de su familia que le hizo llegar medicamentos.

En la celda 13 tampoco dan ganas de comer, dice Javier. El olor nauseabundo que sale del baño todo el día revuelve el estómago y “hace doler”. La amenaza de muerte siempre está presente. “Todos tienen cuchillos, siempre hay peleas, el tiempo pasa muy lento y no se puede hablar con la familia”.

“Es una situación desesperante y muy traumatizante”, dice Javier. “El ambiente es muy feo, uno no sabe entre quiénes está. Hay rostros muy duros por las drogas y por problemas mentales, a mí me desesperó, tenía miedo de que me hagan daño, de que me maten”, refiere.

“La única forma de salir de ahí antes de cumplir el castigo es cortándose las venas o hacerse algún daño al cuerpo”, advirtió.

CASTIGOS DE LA

EDAD MEDIA

Verónica Alfaro, presidenta del Colegio de Psicólogos de La Paz, señala que estos castigos aplicados por los custodios policiales, con conocimiento de la Dirección de Régimen Penitenciario, vienen de la Edad Media y “lamentablemente se han ido incorporando con la idea de un condicionamiento operante que se expresa cuando al interno se le quita la luz del día, el calor del sol y ciertas ventajas al depositarlos en celdas incómodas”.

Al no haber condiciones en los penales, refiere, “las autoridades terminan colocando a los internos en lugares totalmente inhumanos, carentes de toda idea de formación cognitiva si lo que se quiere es cambiar el razonamiento del infractor”.

El cofundador del Instituto para la Prevención de la Tortura (ITEI), Andrés Gautier, en una declaración a ANF, dijo que las autoridades saben muy bien el efecto que tiene sobre los internos esos lugares de aislamiento que son infrahumanos, antihigiénicos y nauseabundos. “Es una manera de tratar a la persona como basura, (decirle que) no es digno de recibir un trato humano”.

Refirió que algunos internos pueden resistir, pelean por su dignidad, pero otros reaccionan en formas más depresivas, pierden la fuerza, se desaniman.

“Este tipo de castigos de la Edad Media solo muestra que no hemos evolucionado sobre el trato a la persona privada de libertad; hay demasiado hacinamiento y menos condiciones psicológicas o de reinserción a la sociedad”, dijo Alfaro.

Además, dice, en esos lugares donde la humedad es tan penetrante “aparte del daño sicológico, podemos ocasionar daños físicos, posiblemente en las vías urinarias, en los riñones, inclusive en los pulmones de la persona”.

Los lugares de castigo en condiciones infrahumanas siguen vigentes, y lo confirma la exdirectora del Sepret, Nadeshda Guevara, pese a que el director nacional de Régimen Penitenciario, Juan Carlos Limpias, dijo que había decretado el cierre inmediato de estos lugares, lo mencionó en noviembre del año pasado, en la Sesión 72 del Comité contra la Tortura.

“Sobre las condiciones infrahumanas que ha observado el SPT (Subcomité para la Prevención de la Tortura) en 2017 y antes en 2010, el tema de las loreras, los botes, los calabozos, la Dirección General de Régimen Penitenciario y la Dirección Nacional de Seguridad Penitenciaria han emitido instructivos que disponen proceder de forma inmediata al cierre de estas celdas denominadas de castigo”, dijo Limpias en aquella ocasión. ANF buscó una versión actual de la Dirección de Régimen Penitenciario, pero la Unidad de Comunicación nunca respondió.

INFORME

Guevara, que presentó un informe preocupante sobre la situación de los derechos humanos en las cárceles del país en 2021, aseveró que en el penal San Pedro de La Paz siguen vigentes las zonas de castigo Grulla y Muralla; en Chonchocoro, cuartos reducidos para castigo permanente, y donde se encontró un interno muerto del que no se enteró Régimen Penitenciario; en Palmasola continúan los espacios reducidos que hacinan a más de 80 personas.

Según denuncia de los internos de San Pedro, en las 12 secciones de la cárcel siguen vigentes los llamados buzones, que son espacios cerrados, sin luz ni agua, que por lo general están ubicados debajo de escaleras, administrados por los internos con conocimiento de Régimen Penitenciario.

Guevara dice que una persona que se encuentra en esos espacios de aislamiento debe tener un seguimiento jurídico, psicológico y de trabajo social, permanente, de acuerdo a la Ley 2298 de Ejecución Penal y Supervisión, y no debe estar sometida a golpes ni a agresiones constantes. Además, debe tener una alimentación adecuada y salir a tomar sol.

Afirma que muchos de estos actos a los que son sometidos los privados de libertad en espacios precarios e inhabitables son catalogados como torturas y tratos crueles, inhumanos y degradantes.

“En esos lugares no se cumple con las reglas Mandela referidos a los espacios y se incumplen las determinaciones de la Convención contra la Tortura”, dijo Guevara.

DURMIENDO EN EL PISO

Tras salir de la celda 13, en la misma sección Muralla, Javier durmió un mes en el piso sobre cartones. Solo cuando se fue un interno antiguo empezó a dormir en un colchón de paja, pero siempre en el piso.

En algunas celdas de Muralla hay camas empotradas a la pared, pero son insuficientes, la mayoría duerme en el piso. Hay colchones de paja, de una plaza y media, muy deteriorados e impregnados de alimañas. En cada colchón duermen dos internos. Otros, como ocurrió con Javier, deben conseguir cartones o frazadas para pasar la noche en el piso. Solo los disciplinas y los encargados de las celdas duermen en catreras.

La vida en Muralla es más angustiante que en otras secciones, dice Javier. Los que tienen dinero o alimentos secos pueden cocinar o mandar a comprar comida, pero “la mayoría sufre mucha hambre”. En esta sección, el que tiene familia o algún amigo recibe ayuda; el que no, queda olvidado.

RECOMENDACIONES

INCUMPLIDAS

A más de una década de las recomendaciones del Subcomité para la Prevención de la Tortura (SPT), las condiciones de las celdas de castigo no cambiaron. La historia de Javier es uno de los muchos casos que existen y que seguirán ocurriendo por la falta de condiciones materiales, presupuesto y voluntad de las autoridades de realizar una verdadera corrección de conducta sin vulneración de los derechos humanos de los internos.

“Cuando los disciplinas gritan ¡todos a sus celdas!, es una alerta para guardar celulares, cuchillos y otros elementos (como estupefacientes), hay mucho consumo de droga”, dice Javier.

El consumo de alcohol y droga es una constante en las cárceles del país. Estos productos ingresan por las puertas de los centros penitenciarios resguardadas por policías, garantes del orden y el cumplimiento de la ley.

En Muralla solo se consume pasta base de cocaína y marihuana, a 10 bolivianos el sobre, y es comprado de las secciones Cancha, Guanay y Pinos, por quienes tienen el contacto. Pese a ser una zona más restringida respecto a otras del penal, hay internos antiguos que son los que controlan la venta de estupefacientes. De los aproximadamente 80 internos, el 70 % consume droga. “Dos policías revisan periódicamente celda por celda, pero nunca encuentran nada”, dijo.

Por el hacinamiento y el consumo de esas sustancias, las reyertas son constantes. En Muralla hay tres o más peleas por día, refiere Javier. Se pelea por el espacio que se ocupa, porque no se dejó dormir al otro, por deudas y por el efecto de las drogas.

Javier recuerda que una noche tres reclusos de diferentes celdas discutieron por droga, y a las seis de la mañana del día siguiente, cuando abrieron las celdas, se armó una reyerta: entre internos se apuñalaron. El más afectado fue llevado al hospital por cuatro días.

Tras el hecho ingresaron a Muralla efectivos del penal, de la fuerza antidroga y anticrimen. Encontraron bolas de marihuana y cuchillos. Los internos fueron procesados por tenencia de droga e intento de homicidio y cambiados a otra sección.

En Muralla los internos no reciben ningún tipo de terapia ocupacional y la mayoría se droga, lo que hace inviable una posible rehabilitación. La versión de la Dirección de Régimen Penitenciario y del Gobierno sobre que en las cárceles se busca rehabilitar a los privados de libertad solo es un discurso. (ANF)