Se estima que unos 600 niños y niñas viven en las cárceles bolivianas junto a sus madres, y a veces también junto a sus padres. Aproximadamente 100 de esos menores tienen más de seis años, la edad máxima permitida para permanecer en un centro penitenciario, pero muchas mamás no tienen con quién dejar a sus hijos o desconfían de hacerlo con algunos familiares o parientes.
Cuando las madres regresan al centro penitenciario después de haber dado a luz, enfrentan una serie de desafíos que complican tanto su recuperación postnatal como el cuidado de sus bebés. El portal de salud Stanford Medicine Children’s Health recomienda que, durante las primeras semanas posparto, es crucial que una madre se concentre únicamente en alimentar a su bebé y cuidarse a sí misma. Debe intentar dormir cuando el bebé duerme, aunque sean solo algunos minutos varias veces al día, ya que estos descansos pueden acumularse. Además, es importante que salga de la casa unos minutos diariamente y comience a caminar y hacer ejercicios posparto según las recomendaciones médicas.
Sin embargo, para las mujeres privadas de libertad, esto es imposible. La transición del hospital después de dar a luz suele ser abrupta, y los días de reposo necesarios no se cumplen debido a las exigencias de trabajo dentro del penal.
Lucía (este reportaje usa nombres ficticios para resguardar la identidad de las entrevistadas) expresó: “Das a luz y 24 horas después te traen de vuelta al penal, no tuve un reposo”.
Paula relató: “Aquí dentro no fue fácil cumplir los días de reposo que debía tener porque tenía que trabajar; lo bueno fue que en el hospital me dieron sulfato ferroso, ibuprofeno, paracetamol, todo eso para aliviar el dolor posnatal, pero aquí dentro fue difícil conseguir medicamentos”.
Otra interna, Sara, comentó: “Me dio pena que mi hija venga aquí, ella tampoco tiene la culpa de estar conmigo. ¿Por qué tiene que estar encerrada, siendo tan pequeña? Que este sea su primer ambiente me dolió mucho las primeras noches, pensar en eso”.
La directora de la cárcel San Sebastián Mujeres de Cochabamba, Mónica Zambrana, señaló recientemente a Los Tiempos que la vida de las madres privadas de libertad es muy dura, pues la separación de sus hijos al ingresar al penal o cuando cumplen seis años las afecta profundamente a nivel emocional, provocándoles depresión y ansiedad.
Para no mencionar la falta de pañales, toallas húmedas, cremas para los bebés, jabón, champú, entre otros productos. Cada cosa es una batalla. Las internas que provienen del interior y que no reciben muchas visitas son las más afectadas. Los baños de la cárcel de Mujeres de Obrajes, por ejemplo, ni siquiera tienen papel higiénico y, desde las seis de la tarde, al cerrarse la mitad de ellos, se forman filas de internas esperando su turno, algunas de ellas cargando a sus recién nacidos.
Dentro de un centro penitenciario, la atmósfera para la lactancia materna y el cuidado posnatal está marcada por las adversidades. Las madres amamantan a sus bebés en espacios reducidos, poco privados y, muchas veces, antihigiénicos. Cuando visité la cárcel de Mujeres de Obrajes, en La Paz, los ambientes eran ruidosos y agitados, con ecos de puertas que se abrían y cerraban y voces que rebotaban en los pasillos de concreto.
“Es complicado haber empezado a amamantar aquí adentro; tenemos espacios muy pequeños y, a veces, la chica que está al lado se molesta porque mi bebé llora”, cuenta Sara. Y Susana agrega: “No tenemos privacidad, por ejemplo, todas las noches, a las nueve ya tenemos que estar en los cuartos y a las diez ya tienen que estar apagadas las luces, no se debe hacer bulla, pero los bebés lloran y molestan a las demás. Entonces tenemos que salir al patio, que es frío”.
El portal Stanford Medicine Children’s Health establece que el cuerpo de una madre sufre muchos cambios durante el embarazo, así como también durante el nacimiento de su bebé. Necesita restablecerse y recuperarse del embarazo y del alumbramiento. Además del descanso, todas las madres necesitan seguir una dieta saludable para favorecer el restablecimiento y la recuperación.
Este no es el caso en Bolivia. El subsidio materno es limitado, aunque es lo único que tienen estas madres privadas de libertad. Consiste en cuatro paquetes de alimentos entregados a las madres gestantes, cada uno con un valor de 300 bolivianos. El problema es que, en muchas ocasiones, las madres deben pedir permiso para ir a recogerlo o solicitar a un familiar que lo haga.
“Nos dan el subsidio, pero tiene pocas cosas; el que yo recibí no tenía huevo ni pollo”, comenta una interna, sin entender por qué su canasta de subsidios alimenticios llega con menos productos.
A otra interna, las responsables del penal solo le entregan el subsidio denominado “rural”, que tiene menos productos que el “urbano”.
Las madres con hijos no reciben alimentos especiales para ellos. “Solo nos dan un plato de comida a las internas, y a los niños no, y es complicado porque en el subsidio a veces te tocan productos que no sabes cómo cocinar”, expone Clara.
“Algunas no recibimos muchas visitas, entonces sufrimos con el tema de la comida, porque el subsidio ya no es suficiente cuando tu bebé tiene dos o tres años”, explica Sara.
Así, la dieta de las mujeres en centros penitenciarios es alarmantemente deficiente en frutas, verduras, lácteos, pescado y carne, pues dependen de los ingredientes que se entregan dentro del centro.
Durante el embarazo, la falta de nutrientes esenciales como yodo, hierro, folato, calcio y zinc puede llevar a graves complicaciones como anemia, preeclampsia, bajo peso al nacer, emaciación y retraso del crecimiento en el bebé.
Durante la lactancia, una mala alimentación impide que las madres repongan sus reservas de nutrientes, afectando su salud a largo plazo. (Cochabamba, Brújula Digital/ Gabrielle Juliett Barriga- Reportaje ganador del fondo concursable convocado por la Asociación de Periodistas de La Paz)