Un obscuro misterio envuelve la muerte de esta “belleza inusual”, informó el diario Fränkische Tagespost dos días después de que el cuerpo de Angela Maria Raubal fuera descubierto en el apartamento de Adolf Hitler en Munich.
La llamaban Geli, abreviatura de Angela, era la media sobrina de Hitler y, según el respetado biógrafo alemán del líder nazi Joachim Fest, “su gran amor, un amor tabú”.
Aunque la naturaleza física precisa de ese “amor” ha sido objeto de un acalorado debate entre los historiadores, pocos dudan de que ella fue, como dijo el historiador William Shirer, “la única historia de amor verdaderamente profunda de su vida”.
Pero el 19 de septiembre de 1931, Geli fue encontrada muerta en su dormitorio en el apartamento de Hitler en Munich, Alemania.
Fue descubierta en un charco de su propia sangre con una herida de bala en el pecho con la pistola de su tío a su lado.
Nunca se hizo una investigación, ni siquiera una autopsia, lo que, en vez de sofocar rumores, los alentó, alimentando un enigma que, 9 décadas después, sigue sin resolverse.
No se supo -y probablemente nunca se sabrá- el grado de culpabilidad de Hitler en lo ocurrido, pero sí que lo afectó profundamente.
Tras la muerte de su sobrina, cayó en una profunda depresión, casi comatoso, reportaron varios allegados. Tuvieron que vigilarlo pues habló de quitarse la vida.
Se dijo que fue entonces cuando se volvió vegetariano porque ver carne le recordaba que ella era un cadáver.
Y cuando se recuperó, ordenó que sellaran el dormitorio de Geli y lo mantuvo como un santuario que llenaba de flores.
“La muerte de Geli tuvo un efecto tan devastador en Hitler que… cambió su relación con todas las demás personas”, comentó en los juicios de Nuremberg Hermann Göring, el segundo hombre más importante de la Alemania nazi.
Heinrich Hoffmann, fotógrafo y amigo íntimo del Führer, fue más lejos.
Para Hoffmann, si Geli no hubiera muerto, las cosas podrían haber sido diferentes. Con su muerte, dijo, “las semillas de la inhumanidad comenzaron a brotar dentro de Hitler”.
EL TÍO ALF
Geli llegó de lleno a la vida de Hitler cuando ella tenía 17 años y él 36, pues su “tío Alf” invitó a su madre, Angela, quien trabajaba como ama de llaves en Viena, a que fuera a hacer lo mismo pero en su casa en Munich.
Pronto, quien ya era líder del partido nacionalsocialista cayó rendido a los pies de su sobrina, a quien describió como una “belleza inusual”.
Geli hacía que se comportara “como un hombre enamorado” que “la seguía muy de cerca” cual “adolescente enamorado”, según el empresario Ernst Hanfstaengl, quien durante mucho tiempo fue un amigo cercano y colaborador de HItler.
Konrad Heiden, uno de los primeros y más respetados periodistas en hacer una crónica de Hitler, relató que la paseaba por los pueblos “mostrándole como el tío Alf’ podía hechizar a las masas”.
“Es una adolescente alta y atractiva, siempre alegre y tan inteligente con las palabras como su tío”, escribió Rudolf Hess, quien se convertiría en el lugarteniente del Führer, en 1927. “Hasta él difícilmente puede competir con su ingenio”.
En Munich. desfilaba del brazo de ella, llevándola a cafés, reuniones sociales y espectáculos, mientras le pagaba lecciones de canto con el sueño de algún día llegar a verla encarnando a una de las heroínas de sus amadas óperas wagnerianas.
Y entre más aumentaba su poder y fortuna, más se afianzaba la relación. Cuando Hitler se mudó a su lujoso apartamento en la elegante Prinzregentenplatz de Munich, le pidió a Angela que se mudara a su casa más grande, su villa Berghof en Berchtesgaden, pero Geli se quedó con él, en uno de los 9 dormitorios.
Para entonces, la chica tenía 21 años y había pasado de ser la hija de una empleada doméstica a la reina en la corte de quien era descrito como “el rey de Munich”, algo que provocaba admiración y envidia.
ENCANTO
“Muy de vez en cuando una mujer era admitida en nuestro círculo íntimo”, recordó Hoffmann, “pero nunca se le permitía convertirse en el centro de él, y tenía que permanecer vista pero no escuchada… Ocasionalmente, podía tomar una pequeña parte en la conversación, pero nunca se le permitía defender un punto de vista o contradecir a Hitler”.
Ni siquiera Eva Braun, una de las empleadas de Hoffmann a quien Hitler había conocido por primera vez en otoño de 1929, sería más tarde la excepción, a pesar de su larga relación.
“Para él”, comentó el fotógrafo y agregó que “ella era solo una pequeña cosa atractiva, en la que, a pesar de su perspectiva intrascendente y de cerebro emplumado, o tal vez solo por eso, encontró el tipo de relajación y descanso que buscaba … Pero nunca, en voz, mirada o gesto, se comportó de una manera que sugiriera un interés más profundo en ella”.
“Cuando Geli estaba en la mesa, todo giraba en torno a ella”, señaló en su escritura Hoffmann, “y Hitler nunca trataba de dominar la conversación.
“Geli era un maga. Gracias a sus formas naturales, totalmente libres de coquetería, su mera presencia ponía a todos los presentes en el mejor de los espíritus. Todos recitaban sobre ella, sobre todo su tío, Adolfo Hitler”, añadió.
Hanfstaengl la llamó “una pequeña puta de cabeza vacía, con el tipo de flor tosca de una sirvienta”.
Agregó que aunque vivía “perfectamente contenta de acicalarse con su ropa fina, ciertamente nunca dio ninguna impresión de reciprocidad a las ternuras retorcidas de Hitler”.
Aunque la amiga de Geli, Henrietta Hoffmann, hija del fotógrafo de Hitler, señaló que “era tosca, provocativa y un poco pendenciera”, también la describió como “alta, alegre y segura de sí misma”.
“Las fotos no le hacían justicia a su encanto. Ninguna de las fotos que tomó mi padre la capturó”, indicó.
“Geli parece más una niña”, dijo después de la guerra Patrick Hitler, el hijo del hermano de Adolf, Alois Hitler.
“No se podría decir que era exactamente bonita, pero tenía un gran encanto natural. Solía ir sin un sombrero y vestía ropa muy sencilla, faldas plisadas y blusas blancas. Ninguna joya excepto una esvástica de oro que le regaló el tío Adolf, a quien ella llamaba tío Alf”, apuntó.
Para Emil Maurice, el chofer de Hitler, era “una princesa, sus grandes ojos eran un poema y tenía un cabello magnífico… la gente en la calle se daba la vuelta”, dijo a Nerin E. Gun, autor de “Eva Braun: la amante de Hitler”.
Y es precisamente un episodio con Maurice el que parece dar una clave de otro aspecto de su relación. (BBC Mundo)
Futuro del emperador nazi
Con un personaje tan amado y tan odiado como Hitler, es difícil saber qué de lo que se dijo fue cierto. Pero varias fuentes indicaron que, a pesar de que al futuro emperador del imperio nazi le gustaba exhibir a su sobrina para que fuera admirada, lo consumía algo que el primer biografo de Hitler Allan Bullock llamó una “celosa posesión”.
Hoffman cita a Hitler en su libro “Hitler fue mi amigo” (1955) diciendo: “Estoy tan preocupado por el futuro de Geli que siento que debo velar por ella.
“Amo a Geli y podría casarme con ella. Pero sabes cuál es mi punto de vista. Quiero permanecer soltero. Así que retengo el derecho de ejercer una influencia en su círculo de amigos hasta que encuentre al hombre adecuado. Lo que Geli ve como compulsión es simplemente prudencia. Quiero evitar que caiga en manos de alguien inadecuado”, señaló.
Según Henriette, Geli se volvió cada vez más indiferente hacia Hitler mientras él se apasionaba cada vez más por ella.
Y se enamoró de uno de esos inadecuados: Maurice, quien a su vez admitió haberse “enamorado locamente” de Geli.
Su amiga le dijo que ya no quería ser amada por Hitler y prefería su relación con el chofer: “Ser amada es aburrido, pero amar a un hombre, ya sabes, amarlo, de eso se trata la vida. Y cuando puedes amar y ser amado al mismo tiempo, es el paraíso”.
Cuando Hitler se enteró, rechazó violentamente la idea de que se comprometieran, al menos por un tiempo, según deja ver una carta de Geli de diciembre de 1928.
“Tío Adolf insiste en que esperemos dos años, piénsalo, Emil, dos años enteros de solo poder besarnos de vez en cuando y siempre teniendo al tío Adolf a cargo, solo puedo darte mi amor y serte incondicionalmente fiel. Te amo infinitamente mucho”, apuntó.
Maurice fue despedido
Geli siguió recibiendo el afecto de Hitler, aunque no se sabe qué forma tomaba ese afecto en la privacidad.
Pero muchos allegados coinciden en que cada vez fue más evidente que para ella ni los lujos ni su celebridad pública compensaban la opresión de su confinamiento.
Y en que en los últimos meses de su vida, estaba haciendo esfuerzos desesperados para escapar.
El viernes 18 de septiembre hace 91 años fue último día de vida de Geli. Tanto el tío Alf como su sobrina tenían planes de viajar.
Hitler tenía un mitin el sábado por la noche en Hamburgo para iniciar su próxima campaña presidencial.
Geli quería irse a Viena y algunos dicen que para siempre. Casi todas las fuentes, con excepción de Hitler, aseguran que tuvieron una fuerte riña pues él le ordenó que se quedara en casa durante su ausencia.
Su último acto conocido fue empezar a escribir una carta, que decía que “Cuando vaya a Viena, espero que muy pronto, conduzcamos a Semmering y…”.
No terminó la primera frase. Ni siquiera escribió completa la última palabra: y en alemán es ‘und’ y ella sólo alcanzó a escribir ‘un’.
Se convirtió en una de las piezas del rompecabezas eternamente incompleto.
Después de que la encontraran muerta al otro día, se dijo que se había suicidado.
También se dijo que fue un accidente, la versión de los hechos preferida por Hitler, quien, aterrado de que el escándalo pusiera un abrupto fin a sus aspiraciones de poder, le escribió al Münchner Post:
No es cierto que estaba teniendo peleas una y otra vez con mi sobrina (Geli) Raubal y que tuvimos una pelea sustancial el viernes o en cualquier momento antes de eso.
No es cierto que yo estuviera decididamente en contra de que ella fuera a Viena.
No es cierto que ella se iba a comprometer en Viena o que yo estuviera en contra de un compromiso. Es cierto que mi sobrina estaba atormentada con la preocupación de que aún no estaba en condiciones de su aparición pública. Quería ir a Viena para que un profesor de voz revisara su voz una vez más.
No es cierto que salí de mi apartamento el 18 de septiembre después de una feroz pelea. No había riñas, ni emociones, cuando salí de mi apartamento ese día.
Hay un vertiginozo número de versiones conflictivas sobre lo que ocurrió.
Incluyeron desde que Himmler, el nuevo jefe de las SS, la visitó y la convenció de suicidarse por haber traicionado a su Führer hasta que fue el mismo Hitler quien la llevó a que lo hiciera pues ella estaba embarazada de un amante judío o que él mismo la asesinó.
Certeza de disparo
Lo único que se sabe con certeza es que en algún momento entre el atardecer del 18 de septiembre y la mañana del 19, Geli Raubal, de 23 años de edad, recibió un disparo.
Un mes más tarde, Joseph Goebbels, quien sería ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, comentó después de una conversación con Hitler que él “habló de Geli. La amaba mucho. Tenía lágrimas en los ojos…
“Este hombre, en el pináculo del éxito, no tiene ninguna felicidad personal”, señaló.
Hitler también le contó a su consejero y confidente Otto Wagener que la extrañaba mucho: “Su risa alegre siempre fue una verdadera alegría, y su charla inofensiva fue muy divertida”.
Sin embargo, agregó que “Ahora soy completamente libre, interna y externamente. Ahora pertenezco solo al pueblo alemán y a mi misión”.
Lo que ni Goebbels ni Wagener sabían era que poco después de la muerte de su sobrina, Hitler había intensificado su relación con una mujer que jugaría el papel más importante en su vida aparte de su madre: Eva Braun.