Un cielo azul cubría Escocia cuando el avión militar partió. Era el mismo que había evacuado a los militares en Afganistán. Miles de personas pasaron a despedirla en la catedral.
Madre e hijo con un protagonismo único para millones de sus ciudadanos. Cuando Isabel II partía, el rey Carlos III viajaba había el aeropuerto de Belfast para terminar su breve visita a Irlanda del Norte y regresar a Londres para esperarla en el palacio. Todo cronometrado.
La bandera escocesa flameaba en las calles de Edimburgo y las ventanas al paso de la reina. Centenares de personas llegaban desde los Highlands, desde Glasgow para decirle Adiós.
La pompa y circunstancia Royal de la era Isabelina en Escocia por última vez, con todo su esplendor. Los Archers, las fuerzas especiales escocesas, con sus sombreros con largas plumas de águila, la cuidaban. Un gaitero tocaba el «Lamento escocés», en medio de un impresionante silencio.
Con el pabellón Real cubriéndola y su corona de flores de Balmoral sobre el ataúd, la reina emprendía el segundo capítulo de su último viaje. Los guardias del Regimiento Real escocés cargaban el féretro. La princesa Ann caminaba detrás, con un sombrero casquete negro. Luego la seguía a paso del hombre en el Bentley bordeaux, que usaba su madre.
La calle estalló en aplausos, al paso del ataúd. «God save the queen» gritaba la gente.
La despedía la belleza de Edimburgo, las praderas verdes, las montañas en las que pasó sus 80 veranos. El otoño comenzó a llegar en esta paradisíaca región del reino. Una era se cerraba para Escocia y para la Familia Real.
AL PALACIO
Un avión militar C17 Globemaster de la Fuerza Aérea británica la trasladó hasta la base militar de Norholt para llegar a Londres. Isabel, la reina de los escoses, se iba, en medio del viento, que ella tanto amaba, trasladada por los militares, a los que ella tanto respetaba. La despedía la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, de luto.
En la base la esperaba la primera ministra Liz Truss en la comitiva, recién llegada de Belfast, y Ben Wallace, el ministro de Defensa. La recibieron los soldados de la fuerza aérea británica. Protocolo perfecto y emotivo, ensayado mil veces.
El convoy se puso en marcha hacia el palacio de Buckingham. El coche fúnebre había sido hecho por Land Rover y la reina lo había aprobado en las preparaciones de su funeral. La gente se frenaba en plena autoruta, bajaban del auto, sacaba fotos, videos y veían pasar el cortejo. Un momento inolvidable, en la historia británica y del mundo.
SU ÚLTIMO ACTO DE SERVICIOS
«Ser vista para ser creída». Este fue su lema y lo cumplió hasta su muerte, en el coche fúnebre de vidrio, cubierta con su pabellón, expuesta. Solo siete días atrás, la reina Isabel estaba despidiendo a Boris Johnson, el ministro renunciante, y daba la bienvenida a la nueva premier, Liz Truss. Su último acto de servicio. Murió 48 horas después. Todos ignoran de qué o como.
El convoy pasó por la ruta A40, y llegó al oeste de Londres: Lancaster Gate, Marble Arche, Park Lane, Hyde Park Corner, Constitución Hill, hasta llegar al palacio de Buckingham. Miles de personas la vieron pasar. Llovía y una nube de paraguas llenó las calles esperándola.
Aplausos al llegar al palacio iluminado. Avanzaba lentamente en su regreso a casa. La recibió su hijo, el rey y Camilla, la reina consorte. La gente aplaudía como una despedida. Las puertas del palacio se cerraron lentamente. The Mall estaba iluminado y con las banderas del Reino Unido. Bajo la lluvia comenzó a dispersarse tras los tres Cheers a la soberana.(Agencias).