Moscú podría continuar apoyando a las fuerzas rebeldes en el Donbás. Y mientras tanto, la política y la economía de Ucrania continuarían desestabilizadas por la constante amenaza de Rusia.
A su vez, Occidente mantendría una presencia fortalecida de la OTAN en Europa del Este.
Sus políticos y diplomáticos continuarían interactuando esporádicamente con sus homólogos rusos, y las conversaciones continuarían, pero se lograrían pocos avances sustanciales.
Ucrania seguiría luchando. Pero al menos no habría una guerra a gran escala.
Y lentamente la confrontación se desvanecería de los titulares y volvería a unirse a la larga lista de conflictos congelados que desaparecen de la atención pública.
Ninguna de estas opciones es fácil o probable. Todas implican compromiso.
El temor en Kiev es que Ucrania sea el país que más se arriesgue. La cuestión, sin embargo, es si la amenaza de un conflicto devastador es real y, de ser así, qué se podría hacer para evitarlo.
Además, el único vestigio de esperanza en este momento es que todas las partes todavía parecen dispuestas a hablar, aunque sea infructuosamente.
Y cuanto más tiempo siga hablando la gente, más tiempo permanecerá abierta la puerta para una solución diplomática, aunque al menos sea entreabierta.