Hace unos quince años más o menos, en los intermedios de los partidos que jugaba The Strongest por la Liga en el Siles, ingresaban unos cien muchachitos de su escuela de fútbol y se improvisaban canchas a lo anchi del campo de juego. De todos ellos había un choquito que pedía el balón a su arquero en su área y burlaba a cuanto adversario lo marcaba, llegaba al arco contrario y convertía un rosario de goles ante el deleite del público, ese era Alejandro Chumacero.
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