En un intento por limpiar su imagen internacional, Xi Jinping, dijo estar dispuesto a impulsar la diversidad de creencias en el país, aunque no a cualquier costo.
Así como el saber popular enseña que no todo lo que brilla es oro, tampoco todo lo que se anuncia como una supuesta libertad lo es. El Partido Comunista Chino (PCC) celebra con pompa marcial en este 2021 el centenario de su fundación y pretende lavar una imagen deteriorada luego de varios traspiés que incluyen represión de minorías étnicas, violación de derechos humanos, amenaza militar y silenciamiento a quienes cuestionen su manejo del brote inicial de covid-19 en Wuhan. Desde su nacimiento, la fuerza política omnipresente del gigante asiático se encargó de restringir o eliminar las prácticas religiosas tradicionales por considerarlas parte de su pasado feudal.
Tras el fin de la Revolución Cultural (1966-1976) que arrasó con las religiones en el país y parte de su milenario legado, la persecución hacia la diversidad étnica y religiosa aún continúa. Los uigures, una minoría predominantemente musulmana, son víctimas de un intenso adoctrinamiento político, que incluye trabajos forzados, torturas, esterilizaciones y abusos sexuales en centros de detención en la región de Xinjiang.
Recientemente, el jefe del régimen chino y líder del Partido Comunista, Xi Jinping, se mostró partidario de la apertura religiosa. Pero, como era de esperar, ese gesto llega con advertencias y obligaciones, que incluyen la exigencia de que los líderes religiosos apoyen al PCC, la verdadera religión que impone Beijing.
La Revolución Cultural y la masacre de las religiones
Actualmente, el ateísmo es la ideología oficial del Partido y quienes lo componen tienen prohibido profesar la fe religiosa. La Revolución Cultural, de 1966 a 1976, fue el resultado de los agresivos esfuerzos del régimen para eliminar las religiones en China. Durante esos diez años se prohibió todo tipo de actividad religiosa y se promovió el culto a Mao Zedong, máximo dirigente del PCC y fundador de la República Popular China.
Fue una década de sangriento caos que dejó entre 400 mil y 20 millones de muertos, una economía arrasada, familias divididas, un patrimonio cultural milenario destruido y una nación traumatizada hasta el día de hoy.
El objetivo principal de la Revolución Cultural era limpiar a la sociedad china de las influencias capitalistas de Occidente. Para eso, Mao declaró la guerra a “los representantes de la burguesía”. El líder chino buscó apoyo en la enérgica juventud, que respondió a su llamado a través de la creación de grupos de la Guardia Roja. Los mismos estaban conformados por estudiantes universitarios y de secundaria, quienes fueron responsables de terribles sucesos, entre ellos la destrucción del patrimonio, la humillación pública, la detención en campos de reeducación (laogai) y la matanza de intelectuales.
El 9 de septiembre de 1976 murió Mao Zedong y con él la Revolución Cultural. Luego cayó La Banda de los Cuatro, el grupo conformado por la viuda de Mao, Jiang Qing, y tres de sus colaboradores: Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen, quienes habían desempeñado importantes funciones en el gobierno y ejecutado las purgas de la Revolución. Fueron juzgados públicamente y condenados a 20 años de prisión.
En 1978, el tercer pleno del XI Comité Central celebrado en el hotel Jingxi de Beijing repudió el estilo político y el legado económico de Mao, y puso en marcha el proceso de reforma que ha convertido a China en la ambiciosa superpotencia que es hoy.
La Revolución terminó, pero la persecución continúa
Pese al fin de la Revolución Cultural, la persecución étnica y religiosa aún persiste. Desde la llegada de Xi Jinping al poder en 2012, la región de Xinjiang es sede de un genocidio contra los uigures, una minoría predominantemente musulmana. En los últimos cuatro años, se estima que unas dos millones de personas estuvieron recluidas en una extensa red de campos de detención. Las víctimas del desprecio de Xi por los derechos humanos afirman que fueron sometidos a un adoctrinamiento político, torturas, trabajos forzados, abusos sexuales y esterilizaciones.
Sin importar la gran cantidad de denuncias por parte de la comunidad internacional y de organizaciones humanitarias, el régimen chino continúa expandiendo su extensa red de campos de concentración en la región de Xinjiang, ubicada al noroeste del país.
Según datos aportados por una investigación de BuzzFeed News, las prisiones del régimen tienen espacio suficiente para detener a más de un millón de personas al mismo tiempo. Específicamente, a 1.014.883 en todo Xinjiang. Eso es espacio suficiente para encarcelar simultáneamente a más de 1 de cada 25 residentes de esa región china, lo que representa una cifra siete veces mayor a la capacidad de detención penal de Estados Unidos, el país con la mayor tasa oficial de encarcelamiento del mundo. (Infobae)