El grupo terrorista Estado Islámico vio como sus líderes se sucedían a un ritmo casi vertiginoso en el último año, con tres relevos al frente de su ‘califato’, a pesar de que estos siguen siendo unos desconocidos tanto para sus combatientes como para el gran público, sus filiales no dejan de crecer en África y sigue siendo una amenaza, sobre todo en países en conflicto.
Al contrario que Al Qaeda, que tuvo solo dos líderes conocidos desde su creación a finales de los años 80, Estado Islámico concatenó ya más de media decena desde su origen como Al Qaeda en Irak tras la invasión estadounidense de este país y bajo la batuta del jordano Abú Musab al Zarqaui.
Desde la instauración del ‹califato› en Irak y Siria a finales de junio de 2014, en plena expansión territorial del grupo terrorista y con Abu Bakr al Baghdadi al frente, el ritmo en el que la lucha antiterrorista consiguió ‹decapitar› al grupo fue en aumento. Y con ello, de forma paralela, se incrementó la opacidad en cuanto a los ‹califas›.
Si de Al Baghdadi, muerto en una operación estadounidense en el norte de Siria en octubre de 2019, se conocía su verdadera identidad y toda su trayectoria en las filas yihadistas e incluso Estado Islámico se encargó de darle a conocer mediante audios y vídeos, no ocurrió lo mismo con quienes le sucedieron.
Tras él llegó Abú Ibrahim al Hashimi al Qurashi, que estuvo al frente de Estado Islámico hasta febrero de 2022, es decir, 28 meses. También eliminado en una operación estadounidense en Siria, terminó siendo identificado como el iraquí Hajji Abdulá, un viejo conocido de los servicios de Inteligencia y muy próximo a Al Baghdadi, si bien Estado Islámico nunca dio a conocer ningún mensaje suyo.
NI MENSAJES NI IMÁGENES
La tónica se mantuvo con quienes le seguieron. Primero Abú al Hasán al Hashimi al Qurashi, ‹califa› hasta octubre de 2022, es decir, durante tan solo siete meses y luego Abú al Husain al Hashimi al Qurashi, muerto el pasado mes de abril. En ambos casos, Estado Islámico, evitó dar detalles concretos sobre sus identidades, más allá de desvelar su ‹nombre de guerra› y pedir a sus seguidores que les juren lealtad. Tampoco se publicaron mensajes suyos de ningún tipo.
El pasado 3 de agosto, un nuevo portavoz de Estado Islámico anunciaba el nombre del nuevo ‹califa›, Abú Hafs al Hashimi al Qurashi, «continuando la línea de califas sin rostro», subraya Aymen Jawad al Tamimi, un experto en yihadismo, en un artículo en la revista ‹CTC Sentinel› que pública el Centro de Lucha Antiterrorista de la Academia de West Point.
«Pese al hecho de que estos califas estén rodeados de un manto de oscuridad, el grupo insiste en que sus combatientes y los musulmanes en todo el mundo les declaren su lealtad», resalta. Estos llamamientos recibieron un eco inmediato desde distintos rincones del mundo, con la publicación en redes sociales de fotos y vídeos de grupos de yihadistas en los que juraban lealtad a Abú Hafs y hacían con ello también una demostración de fuerza.
Así las cosas, los sucesivos reveses por la acción antiterrorista de Estados Unidos y sus aliados no hicieron desaparecer del todo la amenaza de Estado Islámico, pese a que su ‹califato› territorial quedó suprimido en el otoño de 2019, pero sí provocaron algunos cambios en su manera de actuar.
SERIA AMENAZA EN
ZONAS DE CONFLICTO
«Estado Islámico y sus filiales siguen constituyendo una seria amenaza en las zonas de conflicto y los países vecinos», advertía el pasado 25 de agosto ante el Consejo de Seguridad de la ONU el jefe de la Oficina Antiterrorista de Naciones Unidas, Vladimir Voronkov, durante la presentación del último informe sobre la amenaza que plantea Daesh, el nombre peyorativo en árabe con el que también se conoce al grupo.
Aunque, según Voronkov, «el nivel de amenaza sigue siendo bajo en zonas de no conflicto», el también subsecretario general de la ONU pedía no dejarse engañar por este análisis dada la «naturaleza compleja y dinámica» con la que operan los grupos yihadistas.
En este sentido, llamó la atención sobre el hecho de que «en partes de África, la continuada expansión de Daesh y los grupos afiliados, así como el aumento del nivel de violencia y amenaza, siguen siendo profundamente preocupantes». También reconoció particular preocupación por Afganistán, ahora que el país está gobernado por los talibán.
AUTONOMÍA DE LAS FILIALES
Según explicó Voronkov, la lucha contra Estado Islámico llevó al grupo terrorista a «adoptar estructuras menos jerárquicas y más en red y descentralizadas, siguiendo los pasos de Al Qaeda, con una mayor autonomía operativa por parte de sus filiales».
«Aunque hay escasas evidencias de que el núcleo central esté ejerciendo el mando y control de las filiales regionales, persisten las conexiones financieras, de propaganda y de otro tipo», puntualizó, en línea con lo señalado por el informe, elaborado en base a la información que brindan los estados miembros.
El informe incide en que pese a que Estado Islámico se vio especialmente golpeado en el que es su principal bastión, Irak y Siria, se produjo una reducción de su actividad, «el riesgo de resurgimiento persiste». «El grupo adaptó su estrategia, empotrándose en la población local y se mostró cauto a la hora de elegir batallas que probablemente tengan como resultado pérdidas limitadas», mientras se reconstituye y sigue reclutando, apunta.
El documento sitúa entre 5.000 y 7.000 los miembros de Estado Islámico en estos dos países, al tiempo que alerta de que unos 11.000 presuntos combatientes, miembros y antiguos miembros de hasta 70 nacionalidades están recluidos en instalaciones gestionadas por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) y que en los campos de detención y desplazados en el norte de Siria, residen miles de niños y adolescentes que constituyen una fuente de nuevos reclutas para la comisión de atentados suicida.
ÁFRICA, PRINCIPAL FOCO DE ACTIVIDAD
El África subsahariana se convirtió en el principal escenario de la actividad yihadista a nivel mundial. Aquí, el Estado Islámico cuenta con pequeñas filiales en Somalia (entre 100 y 200 milicianos, menos que hace un año) o Sudán (entre 100 y 200). En Mozambique, la filial también sufrió importantes pérdidas, está compuesta por «entre 180 y 220 combatientes adultos con experiencia en el campo de batalla, frente a los 280 anteriores».
En República Democrática del Congo (RDC), Estado Islámico en África Central (ISCA), heredero del grupo rebelde ugandés Fuerzas Armadas Democráticas (ADF), cuenta con entre 1.500 y 2.000 combatientes, perfeccionó en los últimos tiempos sus ataques con artefactos improvisados.
En la zona del Sahel, el grupo que comanda actualmente Abú Hafs cuenta con dos filiales: Estado Islámico Sahel (antes conocida como Estado Islámico en el Gran Sáhara, ISGS), que expandió su área de operaciones en Malí, Burkina Faso y Níger, y Estado Islámico en África Occidental (Iswap), que actúa en el noreste de Nigeria y la cuenca del lago Chad.
Los primeros estuvieron haciendo esfuerzos para establecer un corredor hacia Nigeria con fines logísticos, de suministro y reclutamiento, posiblemente en colaboración con los segundos, según reza el informe, consultado por Europa Press.
El grupo también tiene presencia en otros países como Libia, Egipto o Yemen, además de Afganistán, donde lo integran entre 4.000 y 6.000 efectivos. «Aunque su capacidad de llevar a cabo operaciones externas continúa siendo reducida y ampliamente contenida, la ambición por reconstituirse es clara», alerta el informe, que señala sobre todo la amenaza de Estado Islámico Jorasán (ISKP), la filial afgana, como la posible autora de ataques contra intereses occidentales. (Europa Press).