Suena la campanilla, es mediodía y Armando, nombre convencional, sale a almorzar como cada día hace más de tres años. Precisamente, cuenta que en febrero cumplió los 36 meses en detención preventiva que dicta la ley, pero no cree que vaya a salir de San Pedro a corto plazo y se conforma con alcanzar su plato a la olla común de los internos para comer, una vez más, en aquella banca azul debajo del televisor del patio.