A finales de los setenta, Juana dejó el trabajo arduo en los campos de Puebla para buscar mejores oportunidades en el vecino Estado de México, la entidad más poblada del país y donde uno de cada dos habitantes es pobre. A los 11 años de edad llegó a vivir a Ecatepec, una localidad conocida por los altos índices de feminicidio y de inseguridad. En sus primeros años trabajó limpiando casas y de obrera en una maquiladora. Tras no poder pagar la renta de una vivienda en una colonia reglamentada, se mudó a La Cuesta, un asentamiento irregular con altos niveles de marginación y apostado en las faldas de un cerro, donde no hay servicios públicos básicos: agua, drenaje y electricidad.