En su comparecencia ante la Cámara de Representantes, el director del FBI, James Comey, no sólo desmintió ayer la acusación de que Barak Obama hubiese grabado a Donald Trump, sino que admitió que su departamento investiga los nexos entre el Kremlin y el equipo del multimillonario. Unas pesquisas cuya mera existencia ponen contra las cuerdas al mandatario y resucitan el espectro de Vladímir Putin en la Casa Blanca. “Si es cierto, estaríamos ante una de las mayores traiciones a la democracia”, afirmó el congresista demócrata Adam Schiff.