No hay finales más igualadas que las que se disputan como derbis. De nada valen los antecedentes, las bajas, las inercias. Madrid y Atlético despacharon una final clásica, cerradita, con pocas ocasiones, luciendo porteros. De tal forma que, como en Milán, acabó en los penaltis. Volvió a sonreír Zidane, que no sabe lo que es perder un partido definitivo. Con Courtois decisivo en su parada del segundo penalti a Thomas. De nuevo el equipo de Simeone lo hizo todo para ser campeón, pero en el instante supremo se quedó sin suerte. Incluso, disputó los últimos minutos contra diez por expulsión de Valverde, expulsado por evitar el gol de Morata. Resultó un buen negocio para Fede y para el Madrid, que acabaron levantando el trofeo. Salvo honrosas excepciones, las finales se compiten, no se juegan. Nada tuvo que ver el Madrid con el de la semifinal, pese a calcar la alineación. El gobierno de los centrocampistas se estrelló con el Atlético, que tampoco se pareció mucho al que se midió al Barça. En lugar de replegarse sobre su área para negar espacio a la espalda, los rojiblancos juntaron las líneas sobre el borde del área y cedieron las posesiones lejos de su portería para presionar en campo contrario. Así desfilaban los minutos rumbo a la prórroga. De los últimos tres derbis, dos acabaron 0-0. Por algo será. También tuvo el Atletico su ocasión de evitar el tiempo extra. Lo fabricó Trippier, con un toque exquisito desde la derecha que dejó solo a Morata en área. Remató con el interior, buscando el ángulo corto, pero le contestó Courtois, espléndido de reflejos. Ni el cansancio ni la agitación de los cambios, Mariano y Llorente, desbloquearon el duelo. Tuvo otra Rodrygo, pero la volea le salió al centro. Y sobre la hora, Thomas buscó la sorpresa en una falta lejana. Salvó Courtois para decretar la prórroga, como es costumbre en cada final entre los eternos rivales. Sólo una desembocó en los penaltis.