Urge evitar la contaminación de los ríos debido a que es fundamental regular el vertido de residuos sólidos, líquidos, escombros y compuestos químicos en los cauces.
En el corazón del Chaco sudamericano, el río Pilcomayo, que serpentea desde los Andes hasta las planicies chaqueñas, se ha convertido en escenario de una tragedia ambiental que cada vez suma mayores víctimas.
Esta cuenca, vital para la biodiversidad y la subsistencia de miles de personas, enfrenta una combinación de fenómenos naturales y una implacable actividad humana que ha transformado su vida acuática y su entorno.
Uno de los efectos más devastadores es la llamada “borrachera de lodo”, un fenómeno que asfixia a los peces y degrada el hábitat fluvial, comprometiendo la sostenibilidad de los ecosistemas y la seguridad de quienes dependen del río.
Al respecto el ingeniero medioambiental y especialista en gestión ambiental y vicepresidente del Colegio de Ingenieros Ambientales de Tarija, Carlos David Soruco Cortéz, en entrevista con EL DIARIO, dijo que la “borrachera de lodo” es un fenómeno cíclico agravado por el cambio climático.
“El término borrachera de lodo describe un fenómeno, en el cual las aguas del río se saturan de una mezcla espesa de sedimentos y materia orgánica en descomposición. Este evento es particularmente común en épocas de intensas lluvias en las cabeceras de los ríos, lo que ocasiona una drástica acumulación de tierra, vegetación muerta y otros materiales en suspensión”, sostuvo.
Explicó que estas lluvias son cada vez más frecuentes y extremas, producto de las variaciones climatológicas globales, fenómeno vinculado al cambio climático. Las precipitaciones intensas arrastran grandes cantidades de tierra suelta y otros materiales que, al acumularse en el lecho del río, terminan generando una sustancia densa y turbia. La mezcla resultante ahoga a los peces al colapsar su sistema respiratorio y amenaza con arrastrar a otras especies que forman parte del ecosistema acuático.
En el caso del río Pilcomayo, este fenómeno ha causado recientemente la muerte masiva de peces en la comunidad de El Arenal, en Huacareta, Chuquisaca, lo que ha encendido las alarmas en la región.
La Alcaldía de esta localidad ha emitido un informe que detalla cómo un aumento repentino en el caudal del río, combinado con una gran cantidad de barro y lodo, ha producido una oleada de mortandad en diversas especies de peces. Esta situación ha dejado a cientos de pescadores y familias que dependen de la pesca en una posición sumamente vulnerable, sin alternativas económicas para enfrentar la crisis.
La cuenca del río Pilcomayo, que recorre aproximadamente 1.000 kilómetros y atraviesa Bolivia, Argentina y Paraguay, constituye uno de los ecosistemas fluviales más significativos de América del Sur. Este sistema fluvial forma parte de la vasta cuenca del Plata y abarca, en su extensión boliviana, alrededor de 89.913 kilómetros cuadrados que atraviesan los departamentos de Oruro, Potosí, Chuquisaca y Tarija. Sin embargo, a pesar de su importancia, el Pilcomayo ha sido también víctima de una combinación de factores antropogénicos que han intensificado su degradación.
Ante esta problemática compleja, nuestro entrevistado sostuvo que es urgente adoptar una serie de medidas integrales que aborden tanto la “borrachera de lodo” como los impactos de la minería.
Algunas recomendaciones claves incluyen, dijo, evitar la contaminación de los ríos debido a que es fundamental regular el vertido de residuos sólidos, líquidos, escombros y compuestos químicos en los cauces. El desecho inadecuado de estos materiales afecta no solo la calidad del agua, sino también a toda la cadena alimenticia fluvial.
Agregó que se deben implementar campañas de prevención y educación para informar a la población sobre las consecuencias de estos eventos y educar en prácticas sostenibles puede contribuir a reducir el impacto de la actividad humana en los ríos.
“Se debe invertir en la protección de las cuencas. El fortalecimiento de los sistemas de protección ambiental es esencial para conservar la calidad del agua y la biodiversidad de los ríos. Esto incluye una mayor inversión en la vigilancia de actividades ilegales y el control de la minería”, puntualizó.
A su criterio también es fundamental fomentar la reforestación, debido a que la vegetación en las riberas de los ríos ayuda a estabilizar los suelos y a reducir la erosión. “Un programa de reforestación eficaz puede mitigar los efectos de las lluvias intensas y evitar el arrastre de sedimentos hacia los cauces”, insistió.
Remarcó que se deben establecer responsabilidades claras para los contaminadores. Los actores que impactan negativamente el ecosistema fluvial deben asumir las consecuencias de sus acciones. Es necesario establecer un marco de responsabilidad que impida la explotación y contaminación indiscriminada de estos recursos esenciales.
CONTAMINACIÓN
POR MINERÍA
En otro orden de cosas, manifestó que uno de los principales factores de contaminación del Pilcomayo es la explotación minera, especialmente la minería de oro, que se ha expandido en la microcuenca del río San Juan del Oro y que, por consiguiente, también afecta al Pilcomayo.
“La minería genera un impacto devastador, ya que el uso de mercurio y otros metales pesados contamina gravemente las aguas del río. Estudios recientes indican que los niveles de mercurio en los peces alcanzaron 0.81 mg/kg y los de plomo 0.3 mg/kg, cifras que exceden los límites de seguridad establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que son de 0.5 mg/kg para mercurio y 0.2 mg/kg para plomo. Estos niveles de contaminación representan un riesgo considerable, especialmente para mujeres en edad fértil, mujeres embarazadas, madres lactantes y niños pequeños, quienes podrían sufrir efectos nocivos para la salud a largo plazo”, explicó.
La situación es alarmante no solo por la presencia de mercurio y plomo, sino también porque diversos estudios han detectado hasta 13 contaminantes en el río, muchos de los cuales son residuos de la actividad minera y de la extracción hidrocarburífera.
A pesar de que la explotación ilegal de oro y la existencia de yacimientos de plomo y otros metales son hechos conocidos por las autoridades, la respuesta estatal ha sido débil y la fiscalización prácticamente inexistente.
Este silencio y la falta de medidas eficaces no solo son perjudiciales para el ambiente, sino que también ponen en riesgo la vida de los pueblos indígenas y comunidades rurales que dependen directamente del río.
EL FUTURO
DEL PILCOMAYO
La crisis del río Pilcomayo es un llamado de atención sobre los peligros de ignorar el equilibrio entre el desarrollo económico y la conservación ambiental. La falta de acciones contundentes, sumada a la apatía y a una gestión deficiente de los recursos naturales, no solo amenaza el ecosistema del río, sino del sustento de quienes dependen de él.
Esta situación es un recordatorio de que la defensa de los recursos naturales debe ser una prioridad para los responsables de tomar decisiones.
La sostenibilidad de los ecosistemas fluviales es crucial para las generaciones presentes y futuras; mientras se prioricen intereses particulares y no el bien común, el deterioro ambiental será inevitable.
Es hora de que el Pilcomayo y los otros ríos de la región se consideren un bien común, digno de protección y gestión responsable, que permita un desarrollo económico respetuoso y garantice un entorno saludable.
Solo a través de una gestión integral y comprometida será posible salvar este recurso invaluable y asegurar un futuro sostenible para las generaciones venideras. (Tarija, EL DIARIO)