Luz Castillo Vacano
Ya el 12 de octubre por la noche atravesaba por el Prado cochabambino una caravana de jóvenes con impecables disfraces de payasos de rostro perverso, hombres con el torso pintado de blanco y cadenas en la muñecas y chicas de rubia cabellera y expresión siniestra. Una parte de ellos parados sobre en la tolva de un camión Volvo, reliquia del Siglo XX, y otra montados, en pareja, en ruidosas motocicletas. Estos jóvenes, además, encarnaban sus personajes, actuando de tal forma como lo habrían hecho en las películas en que aparecen. Sin embargo, aparte del momentáneo ruido de los motores y bocinas, no había agresividad manifiesta en este comportamiento, por lo que los eventuales espectadores, contemplaban la caravana con curiosidad y un tanto de indiferencia.
Por lo que refieren ciertos autores, las danzas folklóricas habrían nacido de manera similar. Un acto de irreverencia juvenil, aunque inofensivo. De carácter lúdico, performativo, sin mayor trascendencia, ante un público cuya percepción se dividía entre una crítica con base en el carácter “demoniaco” de la manifestación juvenil, la reprobación por ser unas “danzas de indios” y, a la vez, de aprobación, pues, en la práctica, nadie se opuso objetivamente y con tanta tenacidad como para desbaratar y aniquilar estas expresiones.
Una vez que estas danzas tomaron forma, también fueron tomando las calles en un determinado momento del año y en forma momentánea, aunque cada vez con mayor participación y durante más y más horas en el día acordado. Asimismo, desde fines del Siglo XX y todo lo que va del Siglo XXI, en el último día de octubre se efectúan los recorridos de niños, jóvenes y adultos que personifican, con disfraces y, en menor medida, actitudes, de un conjunto llamativo de personajes del cine con temáticas de espanto y horror como vampiros, brujas, muñecos y monjas asesinos, momias, así como personajes del animé y del día de muertos propio de México, como catrinas y calacas.
Los recorridos por las calles, en los que los niños recolectan dulces, son realizados ante la permisividad de las familias, los locales comerciales y las autoridades, quienes se limitan a precautelar la seguridad de los participantes. Aún existen voces contrarias que aluden al carácter foráneo de la expresión, su sentido vinculado con el demonio y la amenaza que podría representar hacia la expresión cultural de Todos Santos, pero la intensidad y la concurrencia de los recorridos aplacan gradualmente las críticas.
Por otro lado, la ritualidad de Todos Santos es practicada por ancianos, adultos, jóvenes y niños, tanto en centros urbanos como en los municipios de Bolivia, especialmente en el área andina, con mayor intensidad debido a la fuerza de una costumbre que encuentra su lugar en el arquetípico miedo a la muerte.
El carácter lúdico, performativo, actoral, cohesionador e irreverente tanto de los primeros momentos de las danzas barriales que se transformaron en las ahora llamadas danzas folclóricas de Bolivia es bastante similar a las expresiones de los últimos días de octubre, a veces, mediados, como en el caso de la ciudad de Cochabamba.
Por eso cabría preguntar si no estamos asistiendo al “origen” de una expresión que se podría llamar “Halloween boliviano” o algo parecido y que más tarde, cuando se desarrolle, tome forma y adquiera una identidad local, pueda formar parte del repertorio cultural boliviano. Las culturas y la creación de sentidos dentro de ellas, son tan dinámicas como los niños y jóvenes que prestan su cuerpo e imaginación a este “Halloween boliviano”.
La autora es antropóloga.