Coches quemados, casas destruidas y cadáveres donde uno ponga la vista. La desolación es total en el kibutz de Kfar Aza, arrasado por los terroristas palestinos que lanzaron su ofensiva y donde los combates se extendieron hasta el domingo, crudas huellas del ataque más sangriento contra Israel en décadas.
Los terroristas de Hamás, se infiltraron desde su enclave en la Franja de Gaza y se lanzaron al asalto, matando a cientos de israelíes y tomando como rehenes a docenas en lugares como Kfar Aza, cerca de Sderot.
Ayer, las Fuerzas de Defensa israelíes llevaron a la prensa extranjera a recorrer la zona, uno de los kibutz más afectados por la embestida.
“Quiero decir algo: no es una guerra, no es un campo de batalla. Ves a los bebés, la madre, los padres, en sus dormitorios, en sus hogares, y cómo el terrorista los mata. Es una masacre, es terrorismo, no puede otra cosa, porque el ataque hace cuatro días fueron terribles, donde gente inocente tuvo que morir a manos de los asesinos del Hamás”, destacó el general de división Itai Veruv.
Las tropas israelíes iban casa por casa para recuperar cadáveres de civiles, ya que seguían luchando contra hombres armados y trabajando con trampas explosivas. También estaban esparcidos los cadáveres de terroristas.
Estaban los cuerpos de residentes, muchos encontrados en el interior de sus casas incendiadas, y que los soldados embolsaban y cargaban en la parte trasera de camiones. Luego estaban los cuerpos de los que se creía que eran los palestinos. Se podía ver humo saliendo de Gaza, al otro lado de la valla metálica rota que los combatientes de Hamás utilizaron para infiltrarse en el kibutz, el sábado.
RELATO DE
SOBREVIVIENTES
Cuando Avidor Schwartzman se despertó el sábado por la mañana por los estruendosos ruidos, su primer instinto fue buscar a su hija de un año y el segundo pensar que los disturbios no durarían mucho.
El kibutz de Kfar Aza, donde viven él y su familia, está cerca de Gaza. Estaban acostumbrados a que los militantes dispararan cohetes que, o bien caían cerca de su comunidad agrícola colectiva de mil miembros, o bien eran derribados por el sistema de defensa antimisiles israelí Cúpula de Hierro.
Cuando una hora más tarde, recibieron un mensaje de texto en todo el kibutz que les decía que era peligroso estar fuera, se trasladaron a una habitación segura, pensando que tal vez uno o dos militantes habían entrado en el recinto, donde las casas están situadas entre palmeras.
Durante las 18 horas siguientes, sintió un terror total y paralizante. “No paraban de disparar contra nuestra casa”. (Infobae/Reuters)