Desde hace años, el banco central de Rusia mostró gran destreza para proteger la economía del país cuando parece que se aproxima una crisis. En ocasiones, ordenó un aumento drástico en las tasas de interés o ha impuesto restricciones al movimiento de dinero; incluso adquirió bancos que atravesaban tiempos difíciles.
El mensaje que comunicaban esas rápidas e ingeniosas medidas era claro: a pesar del recrudecimiento de los conflictos económicos con Occidente, la estabilidad económica se mantendrá a toda costa.
La respetada gobernadora del banco central, Elvira Nabiúllina, quien lleva muchos años en el cargo, una vez más se mostró asertiva y anunció el tercer mayor aumento en las tasas de interés en una década con el propósito de apuntalar la moneda nacional, el rublo y poner un alto a la creciente inflación. Por desgracia, el efecto inmediato de sus agresivas medidas en el mercado fue ínfimo en esta ocasión.
Las acciones del banco central subrayan las peligrosas condiciones que enfrentan las autoridades económicas rusas para intentar contener las fuerzas sísmicas desatadas por la invasión del presidente Vladimir Putin en Ucrania. Debido a la guerra, los encargados de establecer políticas deben cumplir una serie de tareas que parecen imposibles: mantener la estabilidad económica sin dejar de financiar la maquinaria de la guerra, lidiar con las sanciones impuestas por Occidente y domar la inflación sin provocar que la economía entre en recesión.
El banco elevó la tasa de interés de referencia 3,5 puntos porcentuales, al 12 por ciento. Cuando aumentan las tasas de interés, encarecen los préstamos, lo que inhibe el gasto. La disminución en el gasto, a su vez, desacelera el crecimiento económico y frena la inflación. Pero algunas consideraciones políticas pueden promover que se tome la dirección opuesta, con tasas de interés bajas que estimulen el gasto y mantengan el dinamismo de la economía.
El rublo experimentó una recuperación moderada tras el anuncio; después de haber bajado a 100 rublos por dólar el lunes, subió a 97 el martes.
Los empresarios criticaron el encarecimiento de los préstamos. Por su parte, los economistas señalaron que los factores que debilitan al rublo son tan poderosos que incrementar la tasa de interés no tendrá los efectos que pretende Nabiúllina. Entretanto, sus detractores políticos atizaron los ataques y esta semana acusaron a la gobernadora del banco central de pasarse de la raya o bien quedarse corta en sus medidas para defender la moneda rusa.
“Mientras la prioridad del gobierno no deje de ser invertir en la guerra, al banco central le va a resultar muy difícil evitar que la economía se sobrecaliente”, opinó Liam Peach, economista sénior de mercados emergentes en Capital Economics en Londres. Añadió que cambiar las tasas de interés no tendrá el efecto deseado si el gobierno no recorta el gasto, algo que no es muy probable antes de las elecciones presidenciales programadas para el próximo año.
Las autoridades económicas de todo el mundo, incluidas las estadounidenses, se ven obligadas a hacer concesiones para equilibrar prioridades en conflicto en un ambiente de creciente presión política.
Pero los malabares que deben hacer Nabiúllina y otros dirigentes rusos del sector económico son especialmente complicados por el empeño de Putin en librar la mayor guerra terrestre de Europa desde la Segunda Guerra Mundial sin dejar de proyectar la imagen de una nación que vive en paz. A pesar de la muerte de miles de rusos, el gobierno se rehúsa a describir el conflicto como una guerra, por lo que trabajó arduamente para que la mayoría de los ciudadanos puedan seguir con su vida normal y evitar cuestionamientos públicos sobre los motivos de la guerra.
La guerra propició una oleada de sanciones de Occidente y provocó un éxodo de capital y trabajadores, tanto extranjeros como rusos, donde los problemas a causa de esta contienda se duplicaron para Rusia y de esta forma perjudicó también muchas de sus posibilidades en este sentido.
Unos días después de la invasión en febrero de 2022, el banco central elevó las tasas de interés más de 10 puntos porcentuales e impuso restricciones temporales a la venta de divisas, medidas drásticas con el objetivo de proteger la economía de la sacudida inicial. Las políticas funcionaron en general, pues evitaron que colapsara la economía rusa. Tras un desplome inicial, el rublo se estabilizó, pero con la posibilidad de que este tipo de problemas continúen.
No obstante, cuando la invasión se transformó en una guerra de desgaste, el banco central empezó a hacer recortes constantes en las tasas de nuevo, en un reflejo del deseo del Kremlin de preservar el apoyo popular a la guerra. El gasto público floreció, lo que les permitió a las fábricas aumentar los salarios y contratar a más trabajadores para surtir los pedidos de los militares, además de que el gobierno les dio a los rusos acceso a hipotecas baratas y otras subvenciones.
En los primeros cinco meses de este año, el gasto del gobierno se elevó un 50 por ciento, en rublos, con respecto al mismo periodo de 2021, con todo y que las utilidades del Estado sufrieron una tremenda caída debido a las sanciones impuestas al petróleo.
Este gasto exagerado puso más dinero en el bolsillo de los ciudadanos rusos de a pie, aunque la producción interna no podía cubrir la nueva demanda de bienes y servicios. Esas condiciones favorecieron la inflación, que se incrementó en promedio al 7,6 por ciento anual en los tres meses anteriores, ajustada por discrepancias estacionales, según el banco central. Ese nivel está muy por arriba del objetivo del 4 por ciento anual.
Para colmo, la inflación y el rublo debilitado se alimentan mutuamente. Como las empresas y las personas no pueden cubrir sus necesidades en el país, recurrieron a las importaciones, por las que en muchos casos pagan precios más altos para evitar las sanciones. Esta dinámica fomentó la demanda de divisas y debilitó al rublo, lo que aumentó todavía más el costo de las importaciones.
En situaciones ordinarias, una moneda débil fomenta las exportaciones porque abarata los productos del país en el exterior. Por desgracia, en este caso, las sanciones limitaron mucho la capacidad de los productores rusos de vender en mercados extranjeros. Aunque la inflación en Rusia todavía es menor que la experimentada en Estados Unidos y gran parte de Europa apenas a principios de este año, el ritmo acelerado del aumento de los precios creó la percepción de que el banco central perdía el control en una época peligrosa para la economía.
Otra presión sobre la moneda rusa es la actual fuga de capitales. Ante la perspectiva de un futuro incierto, muchos rusos comenzaron a trasladar sus ahorros al exterior desde que estalló la guerra. Se hicieron transferencias por el equivalente a más de mil millones de dólares en tres días de agitación nacional a finales de junio, según el banco central, cuando mercenarios del grupo Wagner se rebelaron contra el Ejército.
Algunos economistas comentaron que creen que Nabiúllina todavía cuenta con herramientas técnicas para influir en el curso de la economía rusa. La semana pasada, por ejemplo, el banco central suspendió la compra usual de yuanes chinos para sus reservas para apuntalar al rublo.
El banco central puede ser más osado y vender una mayor proporción de las divisas que tiene en su poder, restringir el movimiento de dinero fuera del país y obligar a los exportadores a cambiar los ingresos que reciban en moneda internacional a rublos, les explicó a los medios informativos locales el lunes Mijaíl Vasiliev, analista del banco con oficinas en Moscú Sovkombank.
El problema es que todo parece indicar que la guerra hizo mella en la principal arma de Nabiúllina, la fijación del costo de los préstamos, lo que resalta el menguante poder de los funcionarios económicos de Putin para proteger la economía de sus acciones. (Infobae).