Francisco Condori Mamani
El colonialismo no sólo es el enfrentamiento entre culturas, sino que toma varios matices de tipo político y económico que tienden a reproducir la división de clases, la lucha por el poder, etc. Este mismo proceso de colonización se circunscribe a la lengua, es decir, las relaciones entre lengua dominante y dominadas. Por lo tanto, el proceso de descolonización también se practica en el sentido lingüístico, lo que implica la descolonización cultural y conceptual. Esto significa recuperar y valorar las funciones comunicativas de las lenguas indígenas, comprender que la lengua es marcador simbólico de identidad cultural y la lealtad lingüística está arraigado en sus hablantes. En este contexto, las luchas por lograr una educación de calidad, como un factor de la superación continua, son intentos por lograr la descolonización educativa, reflejados en leyes, reformas, decretos, etc., que no están dando resultados concretos.
Los maestros deben entender que tienen estudiantes que provienen de diferentes grupos étnicos y de diversas clases sociales, que son diferentes en sus comportamientos, como consecuencia de los distintos factores de orden social, económico, cultural, religioso, etc. Si la descolonización educativa permite superar los conceptos estereotipados de la enseñanza de las lenguas indígenas como dañinas, deficitarias, entorpecedoras del progreso académico y de la integración social, las estrategias de enseñanza y aprendizaje y las propuestas pedagógicas de formación docente deben permitir superar estos aspectos negativos para trascender, no sólo en los sujetos educandos, sino en otros ámbitos sociales, para transformar la educación boliviana en su conjunto.
En el marco de este desafío, los maestros requieren tener una formación que permita observar la realidad del estudiante aymara o quechua, sobre todo debe contar con la disponibilidad y compromiso con su pueblo. Esta formación, su disponibilidad y su compromiso, permitirá al maestro, observar y valorar la identidad del estudiante y su propia identidad como parte transformadora de una sociedad más justa y equilibrada. La educación oficial, por lo tanto, debe integrar en sus programas contenidos étnicos específicos, haciendo desaparecer, en la práctica y terminantemente, la odiosa división de una educación rural destinada para los pobres y gente del campo, de escasos recursos, etc., y la educación urbana para la gente de las ciudades, pudientes y de clases altas, lo mismo que la educación fiscal y privada.
Todo esto nos lleva a la defensa cultural que forma parte de los pueblos originarios de esta parte de América. Las prácticas culturales permiten conservar las tradiciones de los pueblos, mantener y cultivar los conocimientos heredados de los antepasados que, en su conjunto, son elementos y mecanismos del ejercicio de la identidad cultural. La idea de la oposición al modelo de la educación tradicional, la resistencia a la pérdida de los valores culturales y la lengua, se traduce en la búsqueda de un reencuentro con su historia para reafirmar y fortalecer la identidad de los pueblos. Para esto es necesario que dichas acciones emerjan de los mismos protagonistas de la cultura, no puede venir de afuera ni de extraños. El planteamiento de una educación de y para los pueblos originarios debe convertirse en un postulado irrenunciable para desarrollar los valores, la identidad histórica y cultural de los pueblos originarios.
La escuela intracultural, intercultural y plurilingüe debe permitir al estudiante valorar y desarrollar conocimientos a partir de su realidad más cercana, es decir, de la familia, compartiendo con otras comunidades y proyectándose hacia conocimientos universales. Por ello, existen razones fundamentales de la formación de docentes capaces de comprender el contenido profundo de la Educación Intracultural, Intercultural y Plurilingüe.