Ernesto González Valdés
Durante el embarazo, el cordón umbilical suministra nutrientes y oxígeno al bebé en desarrollo. Después del nacimiento, como el cordón umbilical ya no es necesario, se lo corta. A partir de este momento se “rompe” una cierta dependencia materna, entre madre e hija (o), que en el caso de la alimentación continuará a partir de la leche materna y otros alimentos, en la medida que el nuevo ser crece.
Con esta introducción pretendo hacer un paralelismo con la necesidad de dar seguimiento al comportamiento de cada estudiante, el cual solía registrarse en un expediente, en cuanto a disciplina, calificaciones, problemas de índole familiar y otros. Ello permitía al docente del año siguiente tener un perfil del estudiante que recibía en su aula.
Por supuesto que, con el paso de los años, a veces las cosas son olvidadas, cuando no son reiteradas o sistematizadas, es decir, si al terminar un subnivel, por ejemplo, de primaria a secundaria, el expediente queda archivado y se “rompía el cordón umbilical”.
La problemática se hace mucho más compleja de quedar en el nivel de bachillerato y no pasar al siguiente nivel, sea carrera técnica o universitaria, vinculado al cambio del estudiante en su etapa de crecimiento de niño a joven, cuando con 16 o 17 años entra a un nivel superior, donde se considera un ser independiente al romper las “ataduras” entre padres e institución y a partir de ese momento “sálvese el que pueda”. Entiéndase un estudiante prácticamente desarmado ante un nuevo nivel, donde la exigencia del estudio ha de ser más, y no necesariamente hay un acompañamiento al desempeño docente del mismo, con una posible excepción, la cual se reduce a la parte formativa de la evaluación, donde el estudiante y el docente se retroalimentan…
Un problema real –por factores como ausencia de orientación vocacional, magra economía familiar, inmadurez del estudiante, poco o ningún apoyo por parte de los padres y otros–, es la alta deserción en los primeros años, dependiendo de la carrera y del país.
Donde no solo pierde el estudiante, ya que puede convertirse en un ser antisocial, sin un futuro a corto plazo, desorientado, a lo que se suma la pérdida de tiempo y el factor económico, donde muchos se endeudan desde un comienzo, tras apenas de dos a seis meses asistiendo o faltando a clases.
¿Requieren nuestros estudiantes un seguimiento de su desempeño?; ¿pasará a ser un obstáculo dicha sistematización, como una violación a los derechos humanos?; ¿Debemos dejarlo a la voluntad de las casualidades, de los credos y otras justificaciones?; ¿los padres van a considerar que ya son adultos y que asuman su propia responsabilidad?
Por lo visto, hay más preguntas que respuestas, pero queda claro que estamos ante un hoyo sin fondo, siendo responsabilidad de los tomadores de decisiones en Educación, sociólogos, pedagogos, filósofos y otros, no permitir que esta “debilidad social” continúe por inercia.